AUNQUE PAREZCA muy sencillo, no está muy claro lo que han votado los vascos, pues nada es sencillo en Euskadi. Aunque también sería válido afirmar que está muy claro lo que han votado los vascos. Pero eso que está tan claro, no es lo que parece a primera vista.
Antes de entrar a analizar esa paradoja, es preciso afirmar que la primera fuerza, con diferencia, es de nuevo el PNV, que consigue aumentar su número de diputados en el Parlamento vasco en dos. A pesar de este aumento, sigue lejos de la mayoría absoluta. La segunda posición la ocupa EH Bildu, que pierde cuatro escaños en comparación con las anteriores elecciones autonómicas. Todo apunta a que continúa el estancamiento de esta fuerza política y que ya no es capaz de aprovechar el hecho de que ETA no mate como antaño aprovechaba las treguas de la banda.
Además, le ha surgido una competencia en el lado nacionalista radical en Podemos en la medida en que este partido defiende algo que suena a derecho de autodeterminación, aunque no está muy claro en cuál de sus modalidades y significados. El nuevo partido en el Parlamento vasco esperaba mejores resultados y parece que el gran momento de euforia novedosa ha comenzado a replegarse, lo cual no evita que por el lado socialista no sea capaz de hacer una dura competencia al PSE, que baja siete escaños. Un varapalo en toda regla, pues significa perder casi la mitad de su representación para quedarse al mismo nivel del PP, que pierde un solo escaño.
Queda, pues, un Parlamento complicado, cosa nada extraña en la que se ha dado en llamar una isla de estabilidad en el caótico mapa político español. El único momento duradero de estabilidad política que permitía gobernar con una mayoría en el Parlamento, la verdadera garantía de estabilidad en una democracia parlamentaria, fue mientras duraron los gobiernos de coalición entre PNV y PSE. En el resto del tiempo se ha gobernado siempre en minoría, con pactos puntuales, siempre condicionados por otros pactos en otras instituciones.
Esta situación puede llamar la atención. ¿Cómo se consigue transmitir la sensación de estabilidad gobernando en minoría, cuando no se hace en coalición con otro partido con el que se comparte gobierno? La respuesta a esta pregunta abre la puerta al análisis apuntado en la primera reflexión: ¿qué votan realmente los vascos, más allá de las siglas de los partidos políticos? Conocidas las encuestas preelectorales, los medios vascos, pero no sólo ellos, titulaban con «Victoria holgada del PNV». Es cierto, pues la diferencia con el segundo partido es sustancial, pero la distancia con la mayoría absoluta es casi igual de grande. Pero, paradójicamente, el nacionalismo tradicional, el nacionalismo del PNV parece ser hegemónico. ¿En qué se nota esa hegemonía? Se palpa, se percibe, en los medios, en las noticias, en el mundo de la cultura, en las opiniones publicadas.
Pero sobre todo en que es el nacionalismo del PNV el que define los temas, las cuestiones y los ejes que deben caracterizar la política vasca. Si el PNV decide que el tema más importante es el nuevo estatus que defina la relación con España, en términos de bilateralidad, de igual a igual, blindando las competencias de Euskadi y con una sala especial para asuntos vascos en el Tribunal Constitucional con miembros nombrados en Euskadi, parece obligatorio que el resto de partidos tenga que entrar al debate. Si el PNV decide que se está produciendo una recentralización por parte del Gobierno, todo el mundo se siente obligado a defender el autogobierno, y algunos además se sienten obligados a afirmar que ellos también quieren más autogobierno –el PSE y Podemos–. Si el PNV decide que es preciso realizar una defensa cerrada del concierto, que es preciso equiparar cupo y concierto –algo que no es cierto–, todo el mundo se siente obligado a la misma defensa y a la misma confusión. Lo común es defender más autogobierno como garantía del bienestar vasco, olvidándose que la fuente de ese bienestar está, en buena medida, en el diferencial entre la superior riqueza producida por los ciudadanos vascos y el aún mucho mayor gasto público por ciudadano, producto no necesariamente del concierto, sino de su aplicación en el cupo y otras vías. Pero nadie pone en duda ni el concierto ni el cupo, nadie subraya el déficit creciente en pensiones que tiene Euskadi: 2.300 millones según las últimas noticias.
Lo común es defender más autogobierno, sin decir nunca dónde se acaba, cuál es la meta si no es un autismo político, una autarquía igual a la independencia, pero sin atreverse a afirmar que no es en absoluto necesario una reforma en profundidad del Estatuto de autonomía, que es un capricho del PNV porque lo necesita o porque tiene que mostrar una cara más radical para no quedar retrasado en relación a EH Bildu. El PSE se ha visto obligado, es un ejemplo, a afirmar que están dispuestos a recoger que Euskadi es una nación si por nación se entiende algo matizado.
Pero nadie se atreve a decir que Euskadi es más plurinacional que España, que la mayoría de los ciudadanos del País Vasco son plurales en sí mismos, siendo, en diferentes grados, vascos y españoles a quienes por voluntad del PNV se les obligará en el futuro estatus a mantener relaciones bilaterales consigo mismos, a la esquizofrenia o el bipolarismo. Si el PNV afirma que la obligada renuncia al terror por parte de ETA abre el camino a la paz entendida como reconciliación metiendo en el mismo saco a las víctimas de la guerra civil, del franquismo, de los GAL y de ETA, apostando por una memoria que recoja todo y obviando con toda claridad que es ETA y su terror lo que ha marcado la historia vasca de los últimos 55 años, respaldando así la latente voluntad de olvido de buena parte de la sociedad vasca por incapacidad de mirarse al espejo y preguntarse dónde estuvieron y qué hicieron mientras duró ese terror, muy pocos se atreven a levantar la voz, luchar contra el olvido y el blanqueo de la historia de terror de ETA, y aplauden las vías privadas del perdón, el abrazo, la reconciliación personal.
No puede extrañar, pues, el resultado del PNV. Lo que debiera extrañar es lo contrario: cómo, en esas condiciones de hegemonía y con la poca resistencia de los partidos políticos en el día a día de la política, exista todavía una parte de la sociedad vasca que no se deja arrastrar por dicha hegemonía, aunque el PNV obtenga la citada mayoría holgada. Lo que votan los vascos es en buena medida su propio bienestar y la base de ese bienestar, el concierto y el cupo, el plus en el gasto público por habitante que no es acorde, ni de lejos, con la diferencia en riqueza producida en Euskadi, lo que votan los vascos es su creencia de que ese bienestar y ese diferencial en el gasto público es debido al PNV, que este partido es su mejor defensor. Y lo que vota el ciudadano vasco es la bendición que parece venirle de la mano del Gobierno vasco del PNV para que no tenga que mirarse en el espejo y preguntarse qué hizo, dónde estuvo mientras duró la historia de terror de ETA.
ELINDEPENDENTISMO se halla en horas bajas en la sociedad vasca, pero Euskadi vota nacionalista porque mira a su bolsillo y a los servicios públicos que recibe sin preguntarse quién y cómo los financia. Con razón ha dicho el lehendakari Urkullu en el momento de votar: que los vascos pongan con sus votos de manifiesto lo singular, lo propio, lo diferente. Eso propio, singular y diferente es el bienestar financiado con el diferencial de gasto público que no se deriva de nuestra mayor riqueza.
Mucho han hablado los analistas de que en el Parlamento vasco que se acaba de elegir habrá una mayoría clara por el derecho de autodeterminación. Es bastante difícil que los tres grupos que lo apoyan, EH Bildu, Podemos y PNV tengan lo mismo en mente cuando hablan de ello, y por ello es difícil que se pongan de acuerdo.
En Euskadi nada es lo que parece. Todo es más complicado, o más sencillo si se hace un mínimo esfuerzo por conocer no las proclamas oficiales de los gobernantes, sino la realidad de los datos, si se mantiene un mínimo de espíritu crítico, si se analizan las propuestas no en el envoltorio que les dan los proponentes, el PNV y el lehendakari Urkullu en lo que se refiere al nuevo estatus de relación con España, sino en los contenidos concretos que exigen una confederación de Euskadi con España. Pero parece que en la villa y corte en estos momentos todo parece bienvenido si es para marcar las diferencias con el independentismo catalán, cuyos comienzos, sin embargo, fueron exactamente los mismos que ahora vemos en Euskadi: la exigencia de una confederación con España, que no otra cosa era la idea de Maragall quien terminó confesándolo después de haber mareado la perdiz con el federalismo. Y ahora sabemos adónde conduce esa confusión.