En su primer viaje a México, el gran Julio Camba se topó con una señora que le pidió explicaciones sobre los excesos de los españoles en la conquista de aquellos predios. Impertérrito, el escritor gallego no tuvo mejor ocurrencia que encomendarle a la mujer que trasladara mejor esa queja a sus propios antepasados porque él podía garantizarle que los suyos no habían puesto antes más pie allí que el suyo con motivo de esa gira. La dama de estirpe criolla enmudeció como hija de españoles que proclamaron la independencia del virreinato de la Nueva España aprovechando la invasión napoleónica de la Península Ibérica y contra el deseo indígena de no perder la protección dispensada por la Corona desde las Leyes de Indias de Isabel La Católica.
Al cabo de los años, la lúcida réplica de Camba a aquella dama ignara de su pasado familiar le cuadra como anillo al dedo al gran impostor que este martes abandona la Silla del Águila, trono republicano. Este azteca de recio abolengo como subraya sus dos apellidos españoles, valga la humorada, ha excluido a Felipe VI de la toma de posesión de su favorecida, Claudia Sheinbaum, por no pedir perdón por una epopeya que, si acaso, hubiera exigido las disculpas de un “perfecto idiota latinoamericano” como Andrés Manuel López Obrador. Para que el esperpento sea completo, la bandera de este neoindigenismo de opereta la agita igualmente una hija de judíos lituanos llegados a ultramar en 1942 y que tomará posesión del Palacio Nacional en una ceremonia (de la confusión) de la que participa una nutrida representación de los socios comunistas e independentistas de Pedro Sánchez. A éste, después de romper relaciones con Argentina porque Milei osó decir que su mujer estaba imputada, no le ha quedado otra que quedarse en la puerta de embarque al poco de firmar el PSOE un pacto de hermandad con el partido de Obrador y Sheinbaum. En su indigenismo de carnaval, no disimulan un odio que, en verdad, es auto-odio. Ladran ante un espejo que reverbera su reflejo creyendo ser el enemigo que fabrican para reafirmarse en su resentimiento y exonerarse de sus desmanes con tales desvaríos.
Cuando los populistas quieren dirigir la atención sobre el pasado, no hay que apartar nunca la mirada del presente. De hecho, en estas horas en las que Sánchez es un tentetieso de sus socios para aprobar los Presupuestos Generales contra el Estado, no hay que quitar ojo, no tanto al supuesto colonialismo español en México, como a un sanchismo que coloniza el Estado y a sus sosias que lo desguarnecen. Así, Sánchez franquea la puerta del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) a los enemigos de la nación para que tal vez incardine sus esfuerzos a espiar a sus rivales políticos y entrega la Caja de la Hacienda y de la Seguridad Social a los nacionalistas dejando sus gastos al resto de españoles.
Cuando Sánchez justifica su rendición al independentismo en función de un ambivalente “Pasar página” que él interpreta como cerrar el proceso de ruptura, el soberanismo lo traduce como el final de una etapa para iniciar otra de exigencias de mayor calado como las que se registran estos días en los que el inquilino monclovita aparenta ser todo sin poder gobernar nada al faltarle el viático de los votos de los chantajistas a los que debe su Presidencia y que le recuerdan no tanto su carácter mortal, sino su tangible fragilidad parlamentaria. En suma, mientras él coloniza las instituciones democráticas con los votos de los separatistas, estos convierten a España en su colonia rumbo a una separación a plazos que, de momento, les permita vivir como si ya disfrutaran de la independencia con el peaje abonado por los demás españoles hasta que resuelvan que es la hora del adiós sin nada ni nadie que se lo impida a diferencia de la última tentativa de 2017.
La Monarquía española organizó un Estado en aquellos inmensos territorios integrando a españoles, criollos, mestizos y aborígenes a los que dotó de una infraestructura viaria como sólo Roma había hecho antes, así como edificó hospitales, iglesias, universidades o teatros
Por eso, dada la fabulación nacionalista que hace de una Guerra de Sucesión a la corona de España una particular Guerra de Secesión o que designa a Illa su president 133 como si la Generalidad hubiera sido obra de Adán, conviene entroncar tal manipulación de la historia con la registrada con México por parte de la misma tropa. Así, se olvida que su conquista no fue sólo la obra de un hombre proverbial como Hernán Cortes ni de cuatrocientos aventureros con hambre de futuro, sino la conjunción de muchos pueblos indígenas contra un imperio sangriento como el mexica que no era la arcadia de la historiografía indigenista. En este sentido, la aparición de los españoles supuso una liberación de los sojuzgados por los aztecas e hizo que las ciudades-Estado se aliaran con estos. En consecuencia, la conquista de México por Hernán Cortés, como la del Perú por Pizarro, tiene mucho de luchas entre indígenas para librarse de la opresión de esos aztecas e incas que reivindican los regímenes totalitarios o quienes anhelan establecerlos.
Con sus luces y sombras, pues no hay obra humana que no las contenga, bajo la impronta del Renacimiento europeo y de la Iglesia española, la Monarquía española organizó un Estado en aquellos inmensos territorios integrando a españoles, criollos, mestizos y aborígenes a los que dotó de una infraestructura viaria como sólo Roma había hecho antes, así como edificó hospitales, iglesias, universidades o teatros. Pero, sobre todo, los hizo iguales en derechos a los españoles, favoreció el mestizaje y preservó a los indígenas, pese a las epidemias, en contraste con el Imperio Británico que produjo “apartheid” y exterminio, aunque sea imposible formular, como previno el historiador griego Polibio, “un juicio válido, en bien o en mal, sobre cualquier hecho histórico si no se tiene en cuenta el momento en que se produce”.
El criollismo puso el antiguo virreinato de la Nueva España al servicio de la política exterior norteamericana a la que malvendió varios de los Estados actuales norteamericanos
En cualquier caso, cumplido sobradamente el bicentenario de su independencia, es palmario que el progreso de su vecino EEUU tiene poco que ver con la herencia británica, como tampoco el retraso de México con la herencia española, sino con la incompetencia de quienes, a diferencia de sus conquistadores, anublaron sus posibilidades de desarrollo saqueando en su provecho las riquezas del país ya sin supervisión alguna y sin juicios de residencia como el que aguardaba el mismismo Hernán Cortés antes de sorprenderle la muerte en Sevilla. Es más, el criollismo puso el antiguo virreinato de la Nueva España al servicio de la política exterior norteamericana a la que malvendió varios de los Estados actuales norteamericanos.
Así, la pieza que hiló y tejió Hernán Cortes fue hija, para el premio Nobel Octavio Paz, de la mejor tradición de la España universal, “la única que podemos aceptar y continuar los hispanoamericanos”, pero a la que traiciona el nuevo criollismo travestido de indigenismo de López Obrador. “Hay -explicaba- dos Españas: la cerrada al mundo, y la España abierta, la heterodoxa, que rompe su cárcel por respirar el aire libre del espíritu. Esta última es la nuestra. La otra, la castiza y medieval, ni nos dio el ser ni nos descubrió, y toda nuestra historia, como parte de la de los españoles, ha sido lucha contra ella”. Para Paz, mientras que los mexicanos no reconocieran a su padre Hernán Cortés, vivirían en la impostura, pues el odio al fundador de México era “odio a nosotros mismos”. Ello le impide verse en su pasado y reconciliar México con su otra mitad española.
En vez de buscar en la historia las respuestas correctas a un pretérito necesariamente imperfecto, se intenta suplantar ésta por la política que se erige en tribunal inquisitorial que, después de reescribir el ayer y plegarlo a la conveniencia del presente, sienta las bases del enfrentamiento y la división. A este fin, la izquierda totalitaria se viste con “atuendos indigenistas” para romper los lazos de sangre, hermandad, afecto e interés común que unen a mexicanos y españoles. Por eso, ni cabía en 2021, al conmemorar el quinto centenario de la toma de Tenochtitlan, la capital del imperio azteca, ni ahora, con motivo de la toma de posesión de la nueva presidente, exigir a España ni a Felipe VI perdón por parte de quien, como López Obrador, ha hecho transitar a México de la “dictadura perfecta” (Vargas-Llosa, dixit) del PRI (Partido Revolucionario Institucional), del que formó parte, a la “narcodictadura perfecta” de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) como fruto podrido de la política de “abrazos, no balazos” contra el narcotráfico.
La excarcelación del Chapo Guzmán
Lejos de apaciguar a los cárteles del crimen, estos se adueñan como nunca del país y sus crímenes se han multiplicado con creces en el sexenio de López Obrador, cuya llegada al poder financió el narcotráfico y que excarceló a Ovidio Guzmán, hijo del histórico jefe del cártel de Sinaloa condenado a cadena perpetua en EEUU, Chapo Guzmán, por temor a una masacre en la capital del estado. Su asunción pública del chantaje lo cumplimentó acercándose a presentar sus respetos a la madre del Chapo Guzmán. Su cortesía evocaba el beso en la mejilla que, según un arrepentido, le habría soltado el jefe mafioso Totò Riina al democristiano Giulio Andreotti por ser “uno de los nuestros”.
Aquella denuncia sentó en el banquillo a “Il Divo” Andreotti, si bien fue absuelto, como lo sería López Obrador después de despedirse del Sillón del Águila con una ley que entierra la independencia judicial y la supedita mediante la elección popular de los magistrados a los cárteles que imponen a sus candidatos a tiro limpio contra sus contrincantes. Tras achacar la responsabilidad última de la violencia a sus antecesores por pegar “un golpe a lo tonto al avispero”, la verdad es que, como le refutó el expresidente Felipe Calderón y certifica su dramático balance presidencial, “no había necesidad de salir a patear nada: el avispero ya estaba dentro de la casa y las avispas invadían ya amplios espacios de ésta, se habían vuelto cada vez más agresivas, con aguijones cada vez más potentes y venenosos”.
Tratando de sostenerse como sea y al precio que sea, Sánchez se abraza al avispero secesionista como López Obrador a los cárteles de la droga, hasta hacerse indiscernibles los unos de los otros para seguir mandando
Al estrechar sus vínculos con los cárteles, AMLO no procuraba tanto domesticarlos como valerse de ellos para socavar el Estado de Derecho al servicio de “un gobierno destructor” que ha presidido este “déspota electo” que, presumiendo de redentor, le bastaron sus primeros 15 meses de mandarinato para llevar a cabo lo que a otro “Mesías Tropical” como Chávez le costó 15 años en Venezuela. Desde el principio del sexenio, se vio que, detrás de esa política, no había ni ingenuidad ni buena fe para apaciguar el crimen organizado, sino una componenda para que los cárteles le respaldaran. A este respecto, al igual que AMLO se ha abrazado al narcotráfico, Sánchez lo hace con quienes hacen bandera de la destrucción del orden constitucional y de la integridad territorial.
Pacto de fraternidad entre PSOE y Morena
Para allanarse su porvenir, Sánchez echa abajo la legalidad constitucional, pues el Gobierno, como manifestó en su día el antaño todopoderoso y hoy alevoso ex ministro Ábalos, entiende que el Estado de Derecho no deja de ser piedras en el camino que hay que “ir desempedrando”. Tratando de sostenerse como sea y al precio que sea, Sánchez se abraza al avispero secesionista como López Obrador a los cárteles de la droga, hasta hacerse indiscernibles los unos de los otros para seguir mandando. Al fin y al cabo, ahí se cifra el compromiso de fraternidad entre el PSOE y Morena suscrito por el secretario de organización socialista, Santos Cerdán, clave en todos los pactos de trastienda de Sánchez. Por eso, al cabo de ambos sexenios, el México de AMLO converge con la España sanchista en su proceso de degradación democrática y de degeneración de sus hábitos políticos por lo que cabe alegrarse de que a Felipe VI le hayan servido una excusa perfecta para ausentase del aquelarre del martes tras ser testigo como Príncipe de cómo AMLO saboteó en 2006 la toma de posesión de Calderón y se autoproclamó “presidente legítimo”. Empero, la ignorancia deliberada permite que «obradores» como nuestro López mexicano despachen su totalitarismo aquende los mares donde un exasesor de AMLO tiene ahora a la oreja a Sánchez como partidos hermanos que son.