Juan Carlos Viloria-ElCorreo

  • La independencia es un capítulo cerrado mientras Sánchez no acepte algún trueque impensable

Vamos a entrar en el segundo cuarto del siglo XXI y el independentismo patrio, en lugar de caminar hacia el futuro, como han venido predicando sus oráculos, se ha derrumbado. El último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió ratifica que el 54% de los catalanes rechazan la independencia de España, el máximo retroceso desde 2015, cuando se iniciaron los sondeos. Por las mismas fechas, el Sociómetro del Gobierno Autonómico Vasco sitúa el rechazo de los vascos al secesionismo en el 43%, con el agravante para sus defensores de que solo el 15% de los votantes del PNV y el 47% de Bildu apoyarían la independencia. Los estudiosos del fenómeno explican que en el País Vasco las razones del desmoronamiento proceden de los perniciosos efectos del terrorismo de ETA, del fracaso del intento en Cataluña y del temor a que una Euskadi independiente quedase marginada de la UE. Olvidan que la gestión de los políticos nacionalistas durante décadas no anima a dejar en sus manos, exclusivamente, el destino del territorio. Las prácticas de clientelismo, sectarismo, ingeniería social, no han ayudado a cuajar la mayoría social con que soñaban los milenaristas vascos. En Cataluña, la ANC ya está asumiendo que la nación se «desnacionaliza». Dicen que la culpa la tienen los partidos de Junqueras y Puigdemont por sus fracasos, engaños y renuncias, pero olvidan que la acelerada y artificial movilización que se inició con el ‘España nos roba’ y las consultas ‘fake’ de Artur Más y Puigdemont están en el origen de un fenómeno trucado, ilusorio y quimérico. Ignoran, menos Pujol, que ha admitido que «España es un país muy poderoso», que la democracia, la Constitución y el Estado de derecho, emanados de la Transición, no han permitido aventuras más propias de Estados desintegrados o en construcción que de la nación más vieja de Europa.

En el País Vasco, la paradoja es que el abertzalismo es mayoritario en las urnas mientras que el electorado da la espalda al independentismo. La interpretación de la calle podría ser: lo idílico es ser independentista, pero no independiente. Amenazar con la separación, pero no llegar a la secesión. Lo deseable le parece a la mayoría conservar las ventajas de pertenecer a una gran nación, con competencias que prácticamente son las de un país independiente, pero disfrutar del paraguas español. En Cataluña, el ‘procés’ dividió a la sociedad catalana, se fueron las empresas, se perdió la AME europea, descendió la inversión extranjera y se destruyó la imagen tan positiva de Cataluña. En Euskadi del liderazgo económico se ha caído al pelotón de los mediocres. De momento, es un capítulo cerrado, mientras Sánchez no acepte algún trueque impensable.