LIBERTAD DIGITAL 24/02/17
CRISTINA LOSADA
· En esa búsqueda de seguridad muchos han vuelto a mirar hacia el poder del Estado como único posible garante de protección.
Las cosas no van bien para quienes venían ocupando el necesariamente impreciso espacio del centroizquierda. En estos años de crisis y postcrisis, o han quedado simplemente fuera de juego o han reorientado su trayectoria de tal manera que es probable que acaben en parecido lugar: el trastero. En el Reino Unido, el laborismo reaccionó a su pérdida de peso político con lo que suele llamarse un giro a la izquierda, o, para ser más precisos, con un giro hacia el pasado de la izquierda, que no le ha sacado de la postración. En Francia, los socialistas han optado por un candidato presidencial de la verdadera izquierda, que tiene muchas posibilidades de dejar al PSF cerca de la nada: de la nada envidiable posición de farolillo rojo.
En España, después de verse casi sobrepasados por Podemos, aún se lo están pensando, pero ahí tenemos al candidato Sánchez, que era un socialista muy convencional, apuntándose al giro a la izquierda y a hacer migas con «otras fuerzas progresistas», eufemismo en el que todo el mundo ve a los podemitas. Uno de los pocos países europeos donde el centroizquierda se mantiene más o menos en pie, y no hace giros ni volteretas, es Alemania. Y ello a pesar de la gran coalición o tal vez gracias a ella. El nuevo candidato del SPD, Martin Schulz, disfruta de una inesperada luna de miel en los sondeos, si bien algunos no la atribuyen tanto a sus virtudes como a un natural cansancio con Merkel después de los doce años que lleva en el poder. Pero Alemania también es una excepción en otras muchas cosas.
Una de las paradojas del momento es que la gran crisis del capitalismo que estalló en forma de crisis financiera global en 2008 no provocó el resurgimiento del centroizquierda. Unos dicen que fue así porque el centroderecha había asumido lo esencial del programa socialdemócrata: «Todos son socialdemócratas». Otros dicen que lo fue porque que el centroizquierda había asumido lo esencial de las posiciones del centroderecha: «Todos son neoliberales». Esta es una bonita pelea en la que no voy a entrar. Por una razón: los fenómenos políticos que han emergido de las aguas revueltas de la incertidumbre no están en ninguno de los dos campos. No, al menos, en las respectivas ortodoxias. Y es más que dudoso que el centroizquierda pueda recuperarse acudiendo a una ortodoxia anterior, que es lo que significan los giros a la izquierda de toda la vida.
Para el filósofo británico John Gray, sólo podían creer que la crisis iba a propulsar a la socialdemocracia aquellos que ignoraran qué quieren los votantes en épocas de turbulencias económicas. Lo que quieren, dice, es seguridad. Tanto, que desean más la seguridad que una mayor prosperidad. Y en esa búsqueda de seguridad muchos han vuelto a mirar hacia el poder del Estado como único posible garante de protección. De hecho, los políticos y partidos que están desafiando el statu quo ofrecen precisamente eso: prometen que el Estado hará uso de su poder para protegerlos de la inseguridad económica, de las migraciones masivas o de la competencia de otros países. No es casual que el proteccionismo esté de regreso.
En tiempos, y en teoría, era la izquierda, incluso el centroizquierda, quien mejor podía responder a esa demanda de protección del Estado. Pero era en tiempos y es en teoría. La práctica es que el centroizquierda no protegió de la crisis. ¿Por qué iba a hacerlo ahora? Sea como fuere, sus proyectos, sus propuestas, sus giros a la izquierda no convencen a los votantes que buscan seguridad. Por más que azoten retóricamente al neoliberalismo, no cuajan. Otra de las paradojas del momento es que la contestación al neoliberalismo la estén vehiculando, con particular intensidad y éxito, partidos que se sitúan muy a la derecha. En el caso español, que es más tradicional, un partido muy a la izquierda. Y el centroizquierda, en fin, en su laberinto.