IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

  • Sabíamos que la vuelta tras el verano iba a ser dura, pero no que los problemas llegarían ya y todos de golpe

Otra semana de dolores. Ya nos habían advertido, por tierra, mar y aire, que la vuelta del verano iba a ser dura. Lo que no sabíamos era que los problemas aparecerían ya desde la primera semana, y todos de golpe. El resumen es tremendo. El sátrapa ruso continúa con sus jueguecitos geoestratégicos, moviendo la válvula del gasoducto -abre-cierra, abre-cierra-, lo que ha puesto de los nervios a toda Europa. A sus ciudadanos, que no acaban de tener claro ni el horario ni la temperatura que alcanzarán sus calefacciones este invierno. A sus industrias, que ven cómo empeoran sus costes -que lo hacen de manera dramática para quienes necesitan el gas en sus procesos de fabricación-. Y a sus gobiernos que corren como pollos sin cabeza, dando tumbos por el problema y sin ser capaces de alcanzar el mínimo acuerdo para ordenar el enorme desorden en que se halla inmerso eso que antes llamábamos ‘la Política Energética Común’ y que hoy suena tan ridículo. Menos mal que el precio del petróleo se mantiene alto, pero no escandaloso.

La reunión del consejo de ministros de Energía de la UE celebrado el viernes confirmó la complejidad del problema y la cruda realidad de que las diferentes situaciones de partida alejan las posturas relativas de los países miembros. Como era de esperar, en lo único en lo que estuvieron todos de acuerdo fue en adoptar una medida que no tiene coste político para ellos, porque no suscita rechazo social, aunque sí tendrá consecuencias para el futuro. Pero, como esto del futuro está tan sobrevalorado… Me refiero, claro, a la subida de impuestos a las compañías energéticas.

Es curioso que en un sector tan intensamente regulado como es el de la energía, tanto a nivel nacional como europeo, ningún gobierno reconozca la responsabilidad de su mal funcionamiento y le echen todos las culpas a unas empresas que tratan de acomodarse a esa asfixiante regulación. Si hay mal funcionamiento y se producen beneficios escandalosos, ¿de quién es la culpa, de quien cumple la norma o de quien elabora una que, al parecer, no funciona? Bueno, más que de una curiosidad se trata de una vergonzosa dejación de responsabilidades.

Si un sistema tan regulado como el energético no va, ¿no es responsable el Gobierno?

A los dolores se sumó el Banco Central Europeo. Su decisión de subir los tipos y de hacerlo de manera tan brusca es malo para todo aquello que se financia a crédito, ya sean inversiones o compras de bienes duraderos. Y aumenta el riesgo de caer en la temida recesión, que tanto nos asusta por su impacto sobre la actividad y, en consecuencia, sobre el empleo. Pero, peores y más preocupantes, fueron las declaraciones que acompañaron/justificaron la decisión. El BCE considera y lo hace ya sin tapujos, que la inflación va a ser elevada y persistente y va a teñir de negro por lo menos este año y el siguiente. En consecuencia, anunció su voluntad de subir los tipos tanto como sea necesario para detener la inflación, aunque ello conlleve el adelanto y el empeoramiento de la recesión. De momento, el viernes el euríbor sobrepasó el 2%, sembrando el desasosiego de hipotecados y demás endeudados.

La nota de color de la semana la dio la vicepresidente segunda con su genial idea de topar los precios de algunos productos de primera necesidad, sin contar con el beneplácito de la otra parte del Gobierno. Ella dijo que el presidente le avalaba, pero oyéndoles a los ministros de Agricultura y de Defensa (¿qué pintaba en esta fiesta?) no parece que sea así. Y como nuestro presidente practica la virtud del silencio recoleto en cuanto se desata un quilombo de estos, pues no sabemos qué va a pasar. Si tuviese que apostar, diría que conseguirá que las grandes superficies publiciten como novedosos y magníficos los habituales descuentos que practican de manera regular. Luego, ella lo presentará como el triunfo de Lepanto, mientras que los pequeños comercios perderán ventas y, hasta quizás, los nervios. Esto de que el Gobierno les haga gratis la campaña de publicidad a los ‘carrefoures’ de turno es una sorprendente novedad, incluso para un Gobierno tan sorprendente como el nuestro.