El advenimiento del «nuevo ciclo» que pregona Bildu tiene que ver con el tránsito a la normalidad democrática sin enjuiciar el pasado de la izquierda abertzale, más que con la apertura de una gran puerta a la soberanía.
El PNV se muestra satisfecho por la entrada de Bildu en el juego institucional. Lo está por una cuestión de principios y también porque, aparentemente, el nuevo actor le permitiría maniobrar a la hora de asegurarse el poder local y foral que ostenta, y aspirar al desalojo de Patxi López tras las autonómicas de 2013. El perjuicio electoral que le supone la competencia directa en el campo nacionalista de un contendiente como Bildu, que tiene la campaña hecha, podría verse compensado por el juego que brindaría a los jeltzales la ‘acumulación de fuerzas’ en ese mismo campo.
Todo depende del resultado electoral, que en esta ocasión es mucho más que una frase hecha: la diferencia de votos y electos entre el PNV y Bildu hará que la coalición albergue o no el propósito de disputar al partido de Urkullu y Egibar el dominio sobre el mundo abertzale, o cuando menos un papel condicionante e incluso de interlocución con las formaciones no nacionalistas y «con los poderes del Estado», como dirían sus líderes. De la EA históricamente despreciada por ETA y por la izquierda abertzale se ha pasado a una entente que, junto a Alternatiba, atesora una particular inquina hacia el PNV. De modo que solo la extensión del pacto por el cambio entre el PSE-EE y el PP tras los comicios del 22 de mayo, descartada ayer por el lehendakari López, aseguraría un movimiento de unidad nacionalista.
Aunque las dificultades para el PNV no se limitan a eso. Teniendo en cuenta que es en Guipúzcoa donde Bildu puede convertirse en factor determinante para el gobierno de sus instituciones -podría ganar las elecciones condenando a los jeltzales a un tercer puesto tras los socialistas- es casualmente el territorio en el que, con posterioridad al acuerdo escenificado por Rufi Etxeberria y Pello Urizar en el Euskalduna, la izquierda abertzale y Eusko Alkartasuna suscribieron el pasado noviembre un decálogo de actuación más explícito, capaz de llevarse por delante todas las apuestas estratégicas que ha venido auspiciando la Diputación guipuzcoana. La incineradora, el Tren de Alta Velocidad, el puerto exterior de Pasaia, la ampliación del aeropuerto de Hondarribia, los planes de movilidad, o la ‘bancarización’ de Kutxa, todo queda en entredicho en el rastro programático que han ido dejando los promotores de Bildu.
Es más, un eventual éxito de la coalición independentista suscitará dinámicas de abajo hacia arriba que pueden acabar consagrando cada reivindicación y cada oposición a tal o cual proyecto local o foral como aportación irrefrenable a un programa de aluvión. El advenimiento del «nuevo ciclo» que pregona Bildu tiene que ver con el tránsito a la normalidad democrática sin enjuiciar el pasado de la izquierda abertzale, más que con la apertura de una gran puerta a la soberanía. Pero también supondría la sustitución de una sostenibilidad políticamente correcta por alternativas inspiradas en la quimera del decrecimiento, para lo que Bildu tampoco precisaría entrar en el gobierno foral. El anuncio de Patxi López de que los socialistas no pactarán con dicha coalición entraña una invitación dirigida al PNV para establecer una línea de contención institucional. Claro que los jeltzales no estarían dispuestos a enfrentarse al cambio propugnado por Bildu secundando por activa o por pasiva la elección de un diputado general socialista en Guipúzcoa.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 9/5/2011