JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

  • Partidos de la ‘derecha alternativa’ quieren constituir una especie de alianza de nacionalistas. Pero pretender unir Europa y nacionalismo es imposible

El oxímoron se puede definir como lo hace la RAE -«combinación de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido»- o se puede descender a la política para saber en qué consiste. Por ejemplo, «los compromisos de Pedro Sánchez» es un oxímoron perfecto que origina como nuevo sentido una eficaz expresión de humor del absurdo. Pero hay otros. Un amplio grupo de partidos de la llamada ‘derecha alternativa’ andan en conversaciones para constituir una especie de alianza europea de nacionalistas, lo que es un oxímoron de grueso calibre. Pretender que se unan los términos ‘Europa’ y ‘nacionalismo’, ya sea el del PNV o, en este caso, el de Le Pen o el de Vox es como cuadrar el círculo, imposible.

Esa pretendida alianza de políticos que se tienen por tan coherentes y desacomplejados esconde algunas contradicciones que resultan especialmente graves desde la perspectiva de sus eventuales socios españoles. Así, por ejemplo, resulta que los eurodiputados de Marine Le Pen votaron en contra de levantar la inmunidad de los fugados del ‘procés’ con Puigdemont a la cabeza. Puede ser debido a una secreta solidaridad entre nacionalistas aunque parezcan de signo tan distinto. O puede ocurrir que esta derecha alternativa francesa crea que solo Francia tiene derecho a defender su integridad territorial y republicana. El caso es que Le Pen y los suyos en el Parlamento Europeo ven en Puigdemont a un demócrata perseguido, de modo que si alguien se ve llamado a hacer campaña por Le Pen como candidata a la presidencia de la República Francesa, que sepa a quién apoya.

Tampoco está de más recordar que el propio Matteo Salvini, líder de la Liga en Italia, acogió con simpatía indisimulada a los representantes del secesionismo catalán, hermanos de la Liga en el desvarío secesionista de esta en relación con la Padania, y que la misma sonrisa que el dirigente secesionista lombardo exhibía en las fotos con Santiago Abascal la desplegaría al fotografiarse con Puigdemont. No hablemos ya de los nacionalistas flamencos, especialmente dados a los impulsos xenófobos, que desde el principio se constituyeron en familia de acogida de los fugados del círculo de Waterloo y que comparten grupo parlamentario en Bruselas, el de los llamados ‘Conservadores y Reformistas Europeos’, precisamente con Vox. Ni que decir tiene que también a los nacionalistas flamencos la autodeterminación les parece estupenda y esperan ejercerla en algún momento para cargarse Bélgica.

Es verdad que la presencia en esa operación de los partidos de Gobierno en Hungría -Fidesz- y Polonia -PiS- ofrece una apariencia de mayor solvencia política al conjunto. Pero resulta solo apariencia. En el caso de Víktor Orban, después de su salida del Partido Popular Europeo parece dispuesto a aprovechar el margen de maniobra político que le concede su nueva situación, sobre todo cuando tiene en pocos meses unas elecciones en las que toda la oposición, incluidos elementos muy poco recomendables, concurre unida. Pero no es nada probable que Orban, un político experimentado y buen conocedor de la Unión Europea, hipoteque su posición encabezando un movimiento de partidos contradictorio y volátil, más allá de las ventajas tácticas que le reporte. Incluso los polacos del PiS empiezan a experimentar dificultades internas serias y tienen que afrontar la realidad de que la crisis con Bielorrusia ha abierto brecha en su discurso euroscéptico cuando tienen que recurrir a Bruselas para que active Frontex para el control de sus fronteras, piden dinero para defender estas físicamente y su expeditivo discurso sobre la inmigración queda cuestionado por la complejidad del problema.

Se llegue o no a constituir como una alianza, la división ha entrado de lleno en estos partidos. A Le Pen le ha salido Zemmour; donde antes Salvini parecía reinar, ha emergido con fuerza la ‘lideresa’ Giorgia Meloni, de Fratelli d’Italia, que espera rentabilizar en dividendo populista su rechazo a participar en el Gobierno de unidad nacional formado por Mario Draghi. En Alemania, la AfD -Alianza por Alemania- ha experimentado varias crisis y escisiones.

No es ciertamente un panorama que vaya a poner las cosas fáciles a los que buscan esta concertación radical frente a la odiada Bruselas. «Los españoles no van a permitir que su nación desaparezca convertida en una región de una réplica moderada de la República Popular China. No nos van a imponer una tiranía progre y globalista», sentenció Abascal en la famosa moción de censura. No consta que después Vox haya rechazado las decenas de miles de millones de euros que está empezando a recibir España de la Unión Europea. Pero eso no es un oxímoron. Es otra cosa.