Editorial, LA RAZÓN, 17/9/11
Estamos ante la prueba del algodón. Si Bildu considera que la condena a Otegi se erige en un severo golpe para la consecución de la paz, es que la Audiencia Nacional ha dado en el clavo. Porque la paz de los cementerios que defienden Garitano y compañía no es la de Pilar Elías o la de Teresa Jiménez Becerril o la de Mari Mar Blanco.
Hay que entender y contextualizar la frustración del brazo político de ETA. Por desgracia, esa amargura revela que los voceros de Ternera y De Juana albergan esperanza en seguir pisando el acelerador de un proceso de chanchullos del que, con intolerable vileza, siguen sin renegar los socialistas. En efecto, causa estupor y vergüenza que un lendakari no nacionalista se sitúe con sus bajas declaraciones en la perspectiva del entorno de los criminales sin abrazarse, con más fuerza que nunca, a las víctimas del facineroso tándem Otegi-Usabiaga.
La valiente jueza Ángela Murillo sienta sólidamente con su sentencia dos ideas. La primera: no confundamos a un líder político con un dirigente terrorista; la raya que los separa es gruesa y nítida. La segunda: el que responde a las órdenes que emanan de un entramado fascista se sitúa en el cogollo mismo de esa estrategia de naturaleza criminal. Ojalá desde la Audiencia sigan llegando jarros de agua fría para los compinches de Troitiño y demás matones. Serán bendito bálsamo para unas víctimas del terrorismo que con su dignidad iluminan el verdadero y único camino para la victoria.
Editorial, LA RAZÓN, 17/9/11