IGNACIO CAMACHO-ABC
A LAS TRINCHERAS
ESTE año no hay previstas en España ningunas elecciones pero los tambores preelectorales han comenzado a sonar a ritmo de encuestas, y su eco ha provocado en la escena política ese artificioso postureo al que nuestros dirigentes llaman hiperbólicamente estrategia. El primer movimiento de ese baile consiste siempre en marcar perfil ideológico para colocar a los partidos en formación de combate e imbuir a los militantes ánimo de pelea. Como los sondeos indican un patente declive del PP, la oposición olfatea cambio de ciclo y ha empezado a cavar trincheras: toca desmarcarse de cualquier atisbo de complicidad con la derecha.
La víctima inicial de ese clima de competición son los pactos. Primero cayó el de la justicia, del que se separó Podemos antes de que le diese la puntilla Ciudadanos. La semana pasada saltó el de las pensiones, roto en la calle por las marchas de jubilados promovidas por los sindicatos. Y el PSOE rompió ayer el de la educación, el que mejor encarrilado iba y acaso el más necesario por tratarse de una materia esencial en la que jamás se ha producido un compromiso de Estado. Los socialistas aguantan mal que bien el consenso sobre Cataluña porque la opinión pública no le perdonaría un mal paso pero se sienten incómodos en él porque no le sacan rédito y hacen lo posible por apartarlo del debate inmediato. Nadie va a dar oxígeno a un marianismo asfixiado. Pedro Sánchez, sin acta de diputado, ha rescatado su propio discurso del «no-es-no» para ganar visibilidad y espacio, y Albert Rivera surfea la ola de popularidad haciendo piruetas para hostigar al Gobierno sin dejar la estabilidad del país en precario. De los soberanistas y de Podemos poco cabe esperar salvo que viertan gasolina sobre cualquier rescoldo problemático.
Este clima de confrontación destructiva no es responsabilidad única de unos dirigentes políticos sectarios. Ninguno de ellos podría actuar así si no se sintiese respaldado por corrientes populares de visceral hostilidad con el adversario. Los españoles no somos como solemos autorretratarnos: en las encuestas lamentamos la ausencia de acuerdos pero en el secreto de la cabina de voto penalizamos a quien se atreva a firmarlos. La izquierda, en particular, ha generado en torno al PP un halo tóxico con el que ha conseguido estigmatizarlo; el repudio a Rajoy fue la palanca con que el propio Sánchez asaltó el liderazgo. La disposición al entendimiento transversal es mera impostura, puro teatro: si la socialdemocracia consultase a sus bases no ya una coalición, como en Alemania, sino alguna clase de apoyo parcial al Gabinete, no cabría ninguna duda del resultado.
El pacto sobre la enseñanza representaba la única posibilidad de obtener en esta legislatura un avance estructural razonablemente positivo. Se ha ido al limbo. Bienaventuradas las almas cándidas y soñadoras que aún no se hayan caído del guindo.