EL MUNDO 14/06/13
SANTIAGO GONZÁLEZ
Una de las características de nuestro parlamentarismo es que a medida que una iniciativa suma diputados aumenta en éstos la sensación de soledad. Hasta ahora era un estigma de la derecha española, una seña de identidad o quizá una marca de nacimiento. Con lo que nos había costado que los dos grandes partidos fueran capaces de acordar políticas de Estado, y cuando lo consiguen es para estar más solos. Ayer, en el Congreso, el PP y el PSOE pusieron de relieve sus carencias agarrados a una ridícula minoría de 296 escaños para apoyar la posición que va a mantener el presidente del Gobierno en el Consejo de Europa los próximos días 27 y 28. Nuestras mayorías parlamentarias padecen enoclofobia, horror a las multitudes, que es el mal de la piedra de las construcciones humanas.
Los dos partidos mayores del Congreso de los Diputados escenificaron ayer el viejo chiste de la minoría racial multitudinaria en sesión de llanto colectivo. «¿Por qué lloráis?», les preguntaba, interesado, un transeúnte. «Es que nos han dejado solos», respondían. Como a los de Tudela. Para el partido del Gobierno no es ninguna novedad. La soledad del PP es un sintagma que ha hecho fortuna en la última década de la política y el periodismo español.
Ayer, después de admitirse por todos que no hay diferencias sustanciales de criterio, la piedra de toque de las genuinas mayorías, que son las minorías periféricas, van y se plantan. Duran Lleida, soberanista intermitente en la Presidencia de la Comisión de Exteriores del Congreso, sanciona el aislamiento de los dos grandes partidos nacionales: «Lo han hecho solitos; pues bien, que continúen solitos». CiU y el PNV se bajaron del acuerdo antes de entrar en la reunión, anunciando que no iban a asistir, por lo que el encuentro fue desconvocado.
Yo lo siento por Rubalcaba. También un poco por Soraya Rodríguez, ahora que había conseguido cambiar el gesto, sustituir el manejo del dedo índice de acojonar por algo parecido a una sonrisa en las fotos de ayer con el portavoz de los contrarios, pero más por Rubalcaba, que por fin parecía convencido de que las pautas de oposición definidas por Izquierda Unida no eran las más convenientes para su causa. Probablemente calculaba también que esto le permitiría subirse al cargo de jefe de la oposición. Y va la oposición y le retira el taburete. Claro, que no había motivos para esperar que el resto de la oposición le reconociera más liderazgo que el que le acepta su partido.
Tanto tiempo llamando a los acuerdos y resulta que, apenas logrado el primer pacto, se nos empiezan a aburrir los cronistas parlamentarios ante los arrumacos de Gobierno y oposición, ante tanta tontería y empalago, añorando los buenos viejos tiempos de la bronca. La soledad era esto, con permiso de Millás. Y nos tenía que salir multitudinaria.