IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La obsesión del ‘relato’ ha alumbrado una política sin fiabilidad ni crédito donde lo que no es mentira es encubrimiento

Hubo un tiempo no lejano en que la transparencia se puso de moda en política. Dirigentes de Podemos llegaron a pedir que se transmitiesen por ‘streaming’ las negociaciones para formar gobiernos en municipios y autonomías. Se promulgaron leyes y se crearon instituciones específicas para que la Administración diese cuenta de sus actividades con la pertinente diligencia informativa. Luego llegó Sánchez mediante una moción de censura pactada a cencerros tapados con los partidos separatistas, y nada más acceder al poder mandó apagar las luces, bajar el sonido y correr las cortinas. Los ministerios se vuelven sordos o mudos y el Consejo especialmente creado para responder preguntas de los ciudadanos no contesta o lo hace con retraso de meses, a veces de años. El Ejecutivo apela a razones de seguridad para denegar datos sobre la gestión del Covid o sobre los viajes del famoso Falcon. El reparto de los fondos europeos mantiene la reserva sobre sus beneficiarios. Y los acuerdos con Puigdemont y Bildu permanecen envueltos en un misterio ominoso, vergonzante, opaco.

La apoteosis de la ocultación se produjo la pasada semana a propósito del desbloqueo in extremis del veto de Junts a los decretos que necesitaban convalidación parlamentaria. El documento del apaño final con los independentistas no existe o no aparece y las partes –contratantes– ofrecen versiones opuestas sobre las cesiones estipuladas. El presidente se permitió aludir en una entrevista de este domingo a un párrafo literal de esas cláusulas que ni siquiera conocían los ministros cuyas competencias entraban –se supone– en la transacción fantasma. La opinión pública asiste atónita al duelo de ‘relatos’ entre Moncloa y Waterloo sobre el control de la inmigración por la Generalitat catalana sin que nadie aporte ninguna prueba fehaciente de las condiciones negociadas. Alguien miente, quizá todos, pero la oscuridad permite a unos y otros el uso circunstancial de explicaciones falsas. En medio de esa nube de propaganda ni siquiera cabe descartar que en realidad no se haya convenido nada.

Lo sabremos. Nadie puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Lo que no se entiende es el empeño por esconder lo que más pronto que tarde acabará siendo de general conocimiento. Hay una obsesión por dominar la narrativa de corto plazo y recorrido estrecho, por la creación de marcos mentales efímeros y de argumentarios perecederos que a menudo caducan antes de surtir efecto. No se trata de proteger esa clase de secretos a que todo Estado tiene derecho, sino de un ventajismo compulsivo, de un automatismo político que hace del encubrimiento un acto reflejo. Para lograr, en último término, un estilo de gobernar sin fiabilidad ni crédito. Sólo impostura, contradicciones, escamoteos, artificios retóricos, incoherencias, enredos. Una realidad alternativa construida a base de mentiras y de silencios.