ABC 31/10/14
CARLOS HERRERA
· Los dos grandes partidos se miran atónitos. ¿Esto cómo es posible?
EL Madrid político vive una indisimulada ebullición por las previsiones electorales que, al parecer, concederá el CIS –sondeo de intención de voto mediante– a cada uno de los partidos habituales, más a los incorporados en última hornada, entiéndase Podemos. Eso habrá de ocurrir el lunes, entretanto los profesionales de la demoscopia establezcan el peinado característico a los datos obtenidos después de la encuesta correspondiente. Es sabido que las respuestas en bruto no son contabilizadas de forma simple y numérica, sino que conllevan ponderación, que es una forma de desapasionamiento demoscópico: si usted dice que va a votar a B, será preguntado después por la última vez que le votó, y si contesta que en las anteriores elecciones, se comprobará si B se hubo presentado. De no ser así, su voto no contará igual que si B hubiera sido una realidad en la contienda electoral. De cajón. Esa, más o menos, es la «cocina» con la que los resultados son interpretados de la forma más correcta posible. En las respuestas a pelo, es decir, de primera intención, hay quien asegura que las huestes de Iglesias, esa suerte de Jesucristo Superstar televisivo, figuran en primer lugar, lo cual es algo no confirmado ni constatado y que puede ser poco más que un efluvio efervescente de los hervores de hogaño. Pero, imaginando que fuera así, Podemos sería la primera fuerza en intención de voto directo en España, pero ni con mucho podría trasladarse ese escenario a uno definitivo en el que resultare el favorito en los cálculos totales, lo cual no restaría méritos a su progresión, inteligentemente desarrollada, pero tampoco le pondría a un paso de entrar con los soviets por los jardines de la Moncloa.
Los dos grandes partidos se miran mutuamente atónitos y perplejos. ¿Esto cómo es posible? El ensimismamiento nunca es aconsejable; ni el desdén por las realidades no deseadas. Podemos está llamando a la puerta del Poder y en lugar de lamentarse previendo males bíblicos, el bipartidismo debería escenificar una estrategia inteligente para desmontar el atractivo argumentario que supone esa formación para miles de desengañados, cabreados o desesperados. Es aconsejable no sobreactuar, tentación tan propia de lo que queda de izquierda socialdemócrata. Tampoco lo es desentenderse pensando que a quien afecta es a la acera de enfrente, costumbre tan ligera de la derecha española. La llegada de estos individuos a esferas del auténtico poder administrativo español, el Gobierno de la Nación, supondría un desastre de consecuencias incalculables a todos los efectos, excepción hecha de la felicidad que supondría para sus seguidores, con lo que merece un esfuerzo organizativo de las fuerzas políticas constituyentes de la llamada España de la Transición, responsable de bienes y males, pero sostén indudable de los años más prósperos de nuestra historia inmediata. Si el alimento de Podemos es el desengaño colectivo que suponen los sucesivos casos de corrupción vividos en nuestro país, los dos grandes partidos –y los demás– deben trabajar con cierta sincronía y con eficacia coordinada. A los españoles hay que convencerles didácticamente lo que supone el ascenso de una tropa de leninistas cabreados y prepotentes que manejan ideas rancias y caducas desde hace varios decenios, y hacerlo en los mismos foros que les han brindado su prevalencia: dialécticamente y bajando a los hechos, demostrando la irracionalidad de sus proyectos y proponiendo, paralelamente, planes conjuntos de regeneración, no palabrería de mitin. A eslóganes ganan los que no tienen nada que perder. En el manejo de las ideas ya es otra cosa, y hay que hacerlo sin la calculada postura de superioridad y desprecio –o temor– que exhiben unos y otros. Esta batalla la ganarán los líderes menos adanistas y aventureros, pero en el cuerpo a cuerpo. Los grandes partidos –y los otros, insisto– han de fajarse en una pelea para desmontar promesas de asamblea callejera. O les acabará dando un pasmo. A ellos y a casi todos, incluidos los que están dispuestos a votarles.