- No se quiere admitir, pero es más que obvio que el Covid-19 hace tiempo que convirtió en papel mojado el acuerdo PSOE-Podemos cuyo cumplimiento reclama Yolanda Díaz
No, Yolanda Díaz no tiene razón. La pandemia lo cambió todo, y convirtió en papel mojado el pacto de coalición entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, sellado de forma precipitada y cuando no había el menor indicio de que un virus bautizado como Covid-19 iba a reventar, tres meses después, las cuentas públicas de todo el planeta. Esto, lo de que aquel pacto se convirtió en papel mojado en marzo de 2020, es algo hace tiempo archisabido, más aun desde que se confirmó que la Unión Europea exigía sustanciales reformas a los países receptores de las ingentes ayudas financieras que están por llegar. Se sabía, pero ninguno de los actores principales de la ficción en la que algunos han convertido la política española quiso nunca ni advertirlo ni mucho menos confesarlo. ¿Por qué?
Aquel acuerdo inesperado, meramente táctico y antinatura, pasó definitivamente a mejor vida, al menos en todos aquellos contenidos que vinculaban su cumplimiento a un incremento del gasto público con marcado acento ideológico, cuando la Comisión Europea le dijo a Nadia Calviño, ya bien entrado el 2020, que o reformas o hucha vacía. Que no había más opción. Y se lo repitieron en noviembre de ese mismo año, cuando la vicepresidenta económica aterrizó en Bruselas para negociar los plazos y las líneas maestras de tales reformas, en especial la laboral y de pensiones. Se lo dijeron claro clarísimo a Calviño, y no a la ministra de Trabajo, ni tampoco a Sánchez, porque esas cosas tan desagradables no se le estampan así en la cara a todo un presidente del Gobierno, sino a los intermediarios, que para eso están, salvo que te apellides Rodríguez Zapatero y te tenga que llamar media humanidad para que te caigas del guindo.
Si algo parece tener claro Sánchez es que no hay vida contra Bruselas, y que, cuando llegue la hora decisiva, la pareja Yolanda-Belarra nada tiene que hacer frente a Calviño y Gentiloni
Al igual que su buen amigo Iván Redondo, a Pablo Iglesias siempre le interesó más el relato que la realidad. De ahí que los dirigentes de Unidas Podemos hayan vivido hasta ahora confortablemente instalados en una fábula que les ha permitido seguir vendiendo sus recetas simplistas ocultando de paso, tras eslóganes por lo general huecos, su asombrosa impericia para la gestión. Como apunta Jorge Tamames en La brecha y los cauces (Lengua de Trapo), “gestionar un Estado contemporáneo es una tarea enormemente exigente que requiere un considerable bagaje técnico y administrativo”. Y añade: “[El primer problema de Podemos] es su incapacidad para acumular la capacidad técnica y organizativa que necesita si espera conseguir un cambio transformador” (página 319).
Lo que no dice este joven investigador, que conoce muy bien el itinerario de Unidas Podemos, es que ese estatus especial, de cero exigencia, del que han disfrutado hasta la fecha los ministros de Podemos, esa injustificada benevolencia con la que muchos han evaluado el magro tránsito ministerial de los Iglesias, Castells, Garzón, Belarra y Montero, nunca hubiera sido posible sin la complicidad de los socios mayoritarios de gobierno, más preocupados por ganar tiempo que por conformar un Ejecutivo leal, cohesionado y eficaz. Y en eso siguen, en darle hilo a la cometa, en apurar las cada vez más las escasas opciones que quedan de seguir alimentando el cuento del único gobierno capaz de sacar a España de la crisis sin dejar a nadie atrás.
Yolanda, entre dos fuegos
Esto no da más de sí. Díaz ha puesto las cartas boca arriba, y rectificar no es cosa sencilla, como apuntaba aquí Gabriel Sanz. Porque si algo parece tener claro Pedro Sánchez es que no hay vida contra Bruselas, y que, cuando llegue la hora decisiva, la pareja Yolanda-Belarra nada tiene que hacer frente a la mixta de Calviño y Gentiloni. No hay compatibilidad posible entre las exigencias de Bruselas y las pretensiones de Unidas Podemos, y el problema de Sánchez no es asumir esa evidencia, sino cómo contarlo para ganar la única batalla que queda por dilucidar, la de siempre, la del puñetero relato, sin aparecer ante su electorado como un traidor a la causa, como un vendido a la derecha europea y al capitalismo más atroz (aunque el comisario Gentiloni, que yo sepa, sigue siendo de izquierdas).
No, Yolanda tiene sus razones, pero no tiene razón. La titular de Trabajo es de los pocos personajes del ala izquierda del Gobierno que soportaría un examen mínimamente exigente en materia de aptitud para la gobernación. Por eso, como señalaba José Carlos Díez en La Información, “es consciente de que sus propuestas de mercado de trabajo dejarían a los españoles sin fondos europeos”. O de una parte sustancial de ellos. ¿Por qué entonces este atrincheramiento en una posición que sabe inviable? Simple: porque cuanto mayor sea el runrún electoral, más se verá obligada a actuar como candidata y menos como ministra; de hecho ya actúa más como defensora de un proyecto partidario que como gestora del interés general. Y porque para llevar adelante sus ambiciosos planes, para no dinamitar antes de nacer ese sugestivo invento llamado Frente Amplio, está obligada a contentar a las Monteros y Belarras, sacrificando pragmatismo y racionalidad. Yolanda entre dos fuegos.
Uno de los problemas de Yolanda Díaz es que ya es más candidata que ministra; ya se ve obligada a actuar más como defensora de un proyecto partidario que como gestora del interés general
Y es precisamente ahí, en el debate de las consecuencias, donde Pedro Sánchez, salvo torpeza mayúscula, tiene ganada la batalla. La radicalidad del discurso que van a abrazar sus todavía socios le facilita mucho el trabajo. Solo tiene que demostrar, y es bien sencillo hacerlo, que la contrarreforma laboral de Díaz no solo pone en riesgo el maná europeo, que ya sería suficiente argumento para echarla para atrás, sino que además consolidaría un modelo que favorece el altísimo paro que sufrimos en nuestro país al dificultar la contratación y entorpecer el acceso de los jóvenes al mercado de trabajo; un modelo sindical rígido, obsoleto, retrógrado, sin futuro, y que, según el diagnóstico que hacen los técnicos de la Unión Europea, ni arreglaría el problema estructural que padecemos ni rebajaría el riesgo latente de un choque intergeneracional de imprevisibles consecuencias.
El argumentario está claro: la de Yolanda es una contrarreforma que nada tiene de progresista y que pondría en peligro unos fondos europeos que, con cada rectificación a la baja de las previsiones de crecimiento, se hacen más necesarios. El cómo está claro. Ahora solo falta saber el cuándo.
La postdata: tres frases del Rey
Del discurso de Felipe VI en la entrega del Premio de Periodismo Francisco Cerecedo, que concede la Asociación de Periodistas Europeos, a la periodista e historiadora norteamericana Anne Applebaum, he seleccionado estas tres frases, para que sea el lector quien decida posibles destinatarios de las palabras del Rey:
Frase 1.- “Las circunstancias actuales -con transformaciones muy rápidas, profundas y en buena medida de alcance global- favorecen la aparición de algunas corrientes y teorías que tratan de explicar de manera sencilla fenómenos de gran complejidad”.
Frase 2.- “Ella [Applebaum] afirma que no existe ninguna hoja de ruta que conduzca a una sociedad mejor, ninguna ideología didáctica, ningún manual. Pero sí podemos elegir a quiénes queremos que nos acompañen: a los que son firmes con sus convicciones, a los que actúan sin eludir a sus referentes, a quienes no se dejan dominar por la pasividad, a quienes no tratan de enfrentar o de dividir”.
Frase 3.- “Conmueve el relato que hace Applebaum sobre cómo personas que en un momento dado compartieron amistad, diálogo y entendimiento pudieron llegar a antagonizar sus posiciones hasta viciar e inhabilitar la convivencia”.