Rubén Amón-El Confidencial

  • La euforia de los PGE y la emergencia de las necesidades económicas encubren la gravedad de las relaciones orgánicas con Bildu y ERC

«Ah, no sabéis los simpáticos efectos prodigiosos que para complacer a mi señor Lindoro produce en mí la dulce idea del oro. ¡La sola idea de ese metal poderoso, omnipotente, en un volcán mi mente ya empieza a convertir!». Tiene sentido evocar este pasaje de ‘El barbero de Sevilla’ porque el primer acto de la ópera de Rossini enfatiza el poder seductor del dinero. Es Fígaro quien espera la recompensa de Lindoro por ayudarle a conquistar el corazón de Rosina. Y es Sánchez quien ha recurrido al destello del oro para magnetizar la adhesión coral a sus presupuestos.

La emergencia económica y las ayudas bruselenses sobrentienden un contexto de necesidad que explica en sí mismo el consenso parlamentario. Los 11 partidos y los 188 votos a favor describen una sugestión que permite a Sánchez asegurarse la legislatura. Y le proporcionan al mismo tiempo una sensación de aparente estabilidad. Aparente quiere decir que el efecto aglutinador del dinero —“poderoso, omipotente”— encubre las operaciones más siniestras y antielectorales de supervivencia en juego. Ninguna tan flagrante como la normalización de las relaciones con Bildu. Y la naturalidad con que Pedro Sánchez bascula o corrompe las siglas del PSOE entre el partido ‘ultraabertzale’ y los camaradas soberanistas de ERC

La sombra de ETA y el trauma separatista del ‘procés’ están demasiado cerca como para transigir con la jugada a tres bandas 

Los presupuestos, en efecto, han consolidado el ‘ménage à trois’ de Sánchez, Junqueras y Otegi. No cabe mayor contradicción al giro hacia la moderación que parecía sobrentender la crisis de Gobierno urdida el pasado mes de julio. El líder socialista necesitaba recuperar el espacio vacante del centro, pero la relación triangular y estructural con Bildu y ERC predispone un volantazo radical que Sánchez aspira a canalizar mediante la amnesia de la opinión pública y el efecto reputacional de ‘la izquierda’. 

Porque serían el progresismo y las políticas sociales los argumentos ideológicos y políticos que favorecen el nauseabundo acuerdo trilateral. Se trata de establecer distancias con la idiosincrasia conservadora del PNV y de Junts, pero el esfuerzo pedagógico y propagandístico de la alianza se resiente del hedor cavernario que desprenden Otegi y Junqueras. Nacionalismo y progreso representan conceptos antitéticos, más todavía si exponemos el pasado reciente de Bildu y ERC a una prueba de lealtad democrática o de escrúpulo constitucional. La sombra de ETA y el trauma separatista del ‘procés’ están demasiado cerca como para transigir impunemente con la jugada a tres bandas de Sánchez, Otegi y Junqueras.

Sánchez persevera en la reconstrucción del pasado remoto tanto como condesciende con la voracidad del pasado reciente 

Impresiona la imagen porque contradice y contraviene la relación del Gobierno central con la memoria. Sánchez persevera en la reconstrucción del pasado remoto —el franquismo— tanto como condesciende con la voracidad del pasado más reciente. Por eso utiliza el fantasma del caudillo para irritar a la oposición. Y por la misma razón relativiza la subversión que conlleva una relación fructífera con dos partidos que se han prometido romper el Estado y que ya lo han intentado con todos los medios. 

Las urnas están llamadas a penalizar semejante aberración política —el pacto PSOE, Bildu, ERC—, pero el acuerdo presupuestario y orgánico aporta al sanchismo cualidades inmediatas. No ya por la estabilidad de la legislatura que implica el eje del mal, sino por la proyección de la entente en Euskadi y Cataluña. Está forjándose un acuerdo entre Bildu, PSE y los morados en el País Vasco para desbancar al PNV. Y para, quién sabe, entronizar a Otegi en el cargo de lendakari. La hipótesis resulta vomitiva e inconcebible en noviembre de 2021, pero fue Sánchez quien remarcaba todo rechazo a pactar con Bildu y quien garantizó que nunca se indultaría a los condenados de ERC. Tanto han cambiado las cosas —y en tan poco tiempo— que Esquerra y los socialistas han establecido un marco de convivencia que favorece la mediación de los comunes, hasta el extremo de que la marca morada en Cataluña ha apoyado los presupuestos de Pere Aragonès y ha bonificado el camino para acomodar las buenas relaciones con el PSC. 

Izquierda se dice ‘sinistra’, pero ‘sinistra’ tiene una segunda acepción que se corresponde a la más grave perversión de Sánchez: siniestra 

El escenario es mucho más inestable de cuanto parece y de cuanto describe la euforia de los presupuestos. Sánchez disfruta del papel de niño de San Ildefonso repartiendo el dinero, tapando agujeros; incluso encomienda su porvenir nacional al rumbo benefactor de la economía, pero la falta de escrúpulos y el compadreo con Bildu y ERC pueden conllevar un escarmiento en las urnas, siempre y cuando el PP no conduzca todavía más lejos la estrategia de la autodestrucción a beneficio de la izquierda.

Tiene interés la traducción del sustantivo al italiano. Izquierda se dice ‘sinistra’, pero ‘sinistra’ tiene una segunda acepción que se corresponde a la última y más grave perversión de Sánchez: siniestra. 

Ojalá pretendiera Sánchez desnaturalizar a Bildu y ERC introduciéndolos en el corazón del sistema. Es atractivo y sugerente pensar que el pacto obedece al propósito de desarmarlos. Y que los ultras de Euskadi y de Cataluña van a someterse a la ortodoxia por el hecho de adherirse a los presupuestos. No es así. Sánchez no tiene otro proyecto político que la supervivencia. Y poco le importa asegurársela una semana o dos años si el requisito consiste en alistar a bordo a los más abyectos polizones.