Es lógico que en el resto de España piensen que lo que quieren los vascos es ser españoles de primera. Urkullu consiguió ayer ponerle la guinda a tal pretensión mediante un pacto difícil de contestar por sus logros. Una anuencia que desaparecerá cuando los jeltzales intenten que los vascos dejen de ser españoles, aunque sean de primera.
La negociación de los Presupuestos Generales del Estado entre Zapatero y el PNV se ha convertido en una enorme palanca capaz de removerlo todo. La imperiosa necesidad del presidente y de su partido para prolongar la legislatura brindaba a los jeltzales una oportunidad de oro. Pero el golpe de efecto no ha hecho más que iniciar una partida en la que el EBB tiene todas las de ganar y Rodríguez Zapatero puede aspirar, a lo sumo, a quedarse como está. El año y medio de prórroga que el pacto con el PNV ofrece a Zapatero es proporcional al velamen que la notoriedad jeltzale resta a Patxi López para navegar con una mínima soltura. Como si el oxígeno que recibe el mandato del presidente se detrajese de Ajuria Enea.
Obligado el lehendakari a aparecer risueño y de acuerdo con lo que el PNV haya arrancado a Zapatero, le es imposible explicar cómo no ha podido obtener todos esos favores él y con antelación. Tras la entente sobre las políticas activas de empleo, los dirigentes del PSE-EE tuvieron la ocurrencia de dirigirse al PNV dándole la bienvenida a la autonomía. Pero más que un regreso de los jeltzales al autonomismo lo que se ha producido es la devolución a Sabin Etxea, por parte de La Moncloa, del papel de único intérprete y representante del Estatuto de Gernika, consagrando una comisión mixta partidaria de autoridad política superior a la Comisión Mixta institucional.
Paradójicamente, cuanto más débil aparece Zapatero en las encuestas más poder de decisión acapara. A su proverbial estilo presidencialista se le suma, ahora, un auténtico estado de emergencia en el Gobierno y en el partido. Es por lo que el siempre altivo PNV ha acabado apostando por alguien al que probablemente le falte año y medio para dejar de ser alguien. Hoy nadie puede y, sobre todo, nadie quiere asumir compromisos. Sólo el presidente y secretario general es capaz de dictar el qué y el cómo. Los demás quietos, vista especialmente la despedida que se ha llevado Corbacho. Lo que queda de tarea pendiente, que es mucha, deberá atenerse a los designios de Zapatero. Ultimar la negociación con el PNV, distribuir por territorios los recursos presupuestarios, retomar el diálogo social respecto al desarrollo de la reforma laboral, revisar el sistema de pensiones evitando males mayores. Dado que él decide también sobre si se presenta o no a la reelección, mejor que nadie se mueva. Además esto permite guarecerse a los posibles aspirantes a sucederle tras la impasibilidad del presidente, por lo cual le están sumamente agradecidos.
En este ‘tiempo de descuento’ Rajoy no muestra una particular impaciencia, seguramente porque en su fuero interno tampoco le importaría que la legislatura se alargase cuatro o cinco años más. El acusado declive de Zapatero es suficiente para que él llegue a la presidencia del Gobierno. Aunque ¡qué pereza! Claro que mientras tanto no necesita pensar en el diseño de una política alternativa. Para qué, si nadie sabe cómo estará España en 2012. Le basta con denostar el pacto entre Zapatero y Urkullu -señalando a éste como cómplice de la política del paro o sepultando a aquél con su testamento- sin entrar a valorar ni su contenido ni sus múltiples consecuencias. La ambigüedad y el silencio como única respuesta no constituyen sólo una estrategia, sino que reflejan el estado natural en el que el líder de la oposición se mueve en la política. Algo que ha logrado contagiar a todo el partido. Con el consiguiente riesgo de que el estado natural del PP sea para siempre la oposición, incluso después de que los defectos ajenos le conduzcan a La Moncloa.
Durante los primeros veinte años de Estatuto los sucesivos gobiernos centrales habían retenido competencias como precaución instintiva para impedir que, agotado el período autonómico, el nacionalismo se valiera de él para dar inicio, de verdad, a la etapa post-estatutaria. Ibarretxe se adelantó tanto en el tiempo que su soberanismo fue, durante los últimos diez años, causa suficiente para el bloqueo de transferencias. Y de repente se conceden casi todas las pendientes, precisamente cuando se había operado en Euskadi una alternancia en la que, dicho sea de paso, Zapatero nunca creyó. Completado virtualmente el Estatuto, el nacionalismo podrá retomar la partitura programática que dejó escrita el anterior lehendakari para ensayar distintas variaciones. Unas para recuperar el palacio de Ajuria Enea, y otras para después de 2013.
El PNV sale agraciado del mayor golpe de suerte que haya tenido en toda su historia, que es mucho decir. Y se cobra el premio precisamente cuando había sido apeado del gobierno autonómico. Curiosamente el virtual cumplimiento del Estatuto permite a los jeltzales transmitir la sensación de que por primera vez Euskadi se ha impuesto a Madrid y, sobre todo, a sus delegados en el País Vasco. Una paradoja más que les lleva a confiar en que las baladronadas del ‘hijo pródigo’ no le serán suficientes para hacerse con la ‘casa del padre’.
Es lógico que en las demás comunidades autónomas piensen que lo que realmente quieren los vascos es ser españoles de primera. Urkullu consiguió ayer ponerle la guinda a tal pretensión mediante un pacto difícil de contestar por sus logros. Una anuencia que desaparecerá en el mismo momento en que los jeltzales intenten que los vascos dejen de ser españoles, aunque sean de primera.
Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 16/10/2010