IGNACIO CAMACHO, ABC 03/02/14
· La sombra de Aznar está provocando en el marianismo un conflicto no resuelto de legitimidades y mala conciencia.
AL Partido Popular le está sucediendo con la memoria de Aznar lo que ya le pasó al PSOE con el felipismo: que no acaba de saber cómo manejar el legado de su etapa de mayor éxito histórico. El expresidente tampoco colabora en esa difícil relación freudiana con su rencor desdeñoso; no deja de emitir señales de disgusto tácitas o explícitas que funcionan como desautorizaciones morales y políticas del liderazgo de su sucesor, al que parece señalar como autor de una especie de malversación de su proyecto.
Esa dialéctica solapada de sospechas y sobrentendidos se ha convertido en el mayor problema de cohesión del marianismo y ha sobrevolado la Convención de Valladolid como uno de esos fantasmas que no se ven pero se hacen sentir en la atmósfera de los viejos castillos. Convocado para reagrupar en torno al Gobierno la fuerza emocional del partido, el cónclave ha contenido numerosos rituales de exorcismos enmascarados en una retórica de alusiones en clave interna, como si la principal preocupación de los actuales dirigentes fuese la de ahuyentar espectros y defenderse de un sortilegio conspirativo. En realidad es así; más que la presión callejera de la izquierda y que las dificultades de una economía que ya considera reorientada por el buen camino, lo que de verdad atormenta a la nomenclatura del centroderecha es la sensación de vivir un conflicto de legitimidades atizado entre bambalinas por la sombra del padre de Hamlet.
Algo o mucho de ello hay sin duda en este estado de desazón que carcome la moral colectiva del PP. El alejamiento de parte de las víctimas del terrorismo, la táctica quietista de Rajoy frente al separatismo catalán, las heridas retrospectivas del caso Bárcenas y la mala conciencia por los incumplimientos del programa han provocado un sentimiento de inseguridad que pone en peligro el objetivo central de la legislatura cuando se aproxima el calendario de reválidas electorales. La reunión de Valladolid ha sido concebida como una plataforma de relanzamiento de la confianza y de reafirmación de un liderazgo que hasta ahora se ha venido mostrando más pasivo de lo conveniente. En su discurso de clausura, implacable en el vapuleo contra la oposición socialista, el presidente señaló al adversario común para fijar en él la mirada de sus huestes, demasiado concentrada en sus propias cuitas.
La dirección del PP ha prometido ante su asamblea una inflexión política que en el fondo da la razón, por cuanto admite los olvidos y pretericiones anteriores, a la crítica esencial del tardoaznarismo. Pero en la cicatera elusión de su mejor época, en el intento algo tosco de saltar de Fraga al marianismo, se trasluce una quiebra dinástica mal resuelta que puede lastrar de suspicacias el futuro inmediato. Va ser difícil afrontar las batallas que vienen con una fractura –o una conjura, tal vez– en la retaguardia.
IGNACIO CAMACHO, ABC 03/02/14