PEDRO CHACÓN-EL CORREO
- Mitxel Unzueta acabará siendo el personaje político abertzale más influyente de su generación por imprimir al PNV orientación para un tiempo nuevo
Para ello le bastaron unos pocos años, no muchos. Lo mismo ocurrió con los principales referentes de su partido, el PNV: Sabino Arana y José Antonio Aguirre. Ellos tampoco necesitaron mucho más tiempo para hacer su tarea. El primero lo puso en marcha entre 1893 y 1898. El segundo viró su rumbo hacia la izquierda y llegó a formar el primer Gobierno vasco de la historia, entre 1934 y 1937. Del mismo modo, Mitxel Unzueta dio al nacionalismo vasco un giro inédito, distinto a todo lo anterior, como resultado del tiempo histórico que le tocó vivir. Y lo hizo entre 1978 y 1984.
Su momento histórico vendría marcado por dos hechos clave. El primero, la intensa actividad legislativa en la que dejó su sello en esos años: la disposición adicional Primera de la Constitución de 1978, clave para la pervivencia de los llamados derechos históricos, y el Estatuto de Autonomía de 1979, siendo presidente de la Asamblea de Parlamentarios Vascos. Y el segundo, haber vivido en primerísima línea la profunda crisis por la que atravesó el partido, probablemente la más grave de su historia, y de la que salió fortalecido en términos de disciplina interna, de estructura y funcionamiento como partido y, sobre todo, por lo que a Unzueta afecta, de fundamentos ideológicos.
En este periodo se impuso en el PNV una orientación foralista que informa hasta hoy mismo su actuación y que concibe la articulación política e institucional del País Vasco en el seno de España basada en un trípode legal formado por el Estatuto de Autonomía, la Ley de Territorios Históricos de 1983 y el régimen de Conciertos Económicos. Todo ello confiere al País Vasco una singularidad de índole claramente foral, bajo un formato autonomista que permite su encaje especial en la Constitución de 1978 y que podríamos definir como un punto de equilibrio entre una legitimidad histórica sustentada en la foralidad y una legitimidad democrática asentada en un concepto de nacionalidad que conlleva aspiraciones de autogobierno. Y que, en términos institucionales, se traduce en un régimen respetuoso de los derechos históricos de los territorios forales bajo una gobernabilidad fuerte y duradera para el conjunto de la comunidad autónoma. La foralidad se convirtió así en el basamento teórico e histórico de la nueva autonomía vasca a partir de 1979.
Se trataba de un sustrato historicista, con la legitimación que le daban las instituciones tradicionales de juntas y diputaciones y una densa nómina de autores y obras reivindicativos frente a la España unitaria, desde Larramendi y Fontecha hasta Sagarmínaga, que a su vez prevenían eficazmente frente a un estatuto de autonomía que se quisiera inspirar solo en un principio de las nacionalidades, con potentes instituciones comunes y refrendo democrático. El empuje y la convicción ideológica que el EBB, dirigido de facto por Unzueta, mostró entonces frente al Gobierno autonómico fue la expresión palpable de esa foralidad, que se visualizó en la salida traumática de Garaikoetxea a finales de 1984. Unzueta también fue decisivo para llegar a acuerdos transversales con el PSE. Así es como Ardanza pudo gobernar desde 1985, lo mismo que ahora Urkullu.
Unzueta volvió a la actividad privada en 1988, pero ya nada ni nadie pudo alterar el rumbo que marcó al partido. Ni el periodo de Arzalluz y su Pacto de Estella-Lizarra, de lo que Unzueta se distanció claramente, ni el Plan Ibarretxe, que Unzueta justificó con su teoría de los fragmentos de Estado, tomándole prestado el concepto a su amigo Miguel Herrero de Miñón. Hasta el punto de que la «nación foral» del actual lehendakari Urkullu no sería más que la demostración evidente de ese ascendiente foralista. Unzueta y Urkullu coincidieron en el Bizkai buru batzar de 1984, cuando el primero estaba en la cima de su apogeo y un jovencísimo Urkullu, con 22 años, empezaba su trayectoria política.