Manuel Montero-El Correo
- Cuando se producen las debacles y amenazas a la convivencia, nadie se arrepiente. A nadie se le ocurre que conviene un análisis previo de los actos
Arrepentidos los quiere el Señor, por lo que este país milenario será uno de sus fracasos más estruendosos. Un erial, en lo que a arrepentimientos se refiere. Aquí no se arrepiente nadie. Es la tierra de la inocencia, llena de bienintencionados que piensan que actúan siempre correctamente y que, como mucho, son malinterpretados por quienes no entienden sus rectas intenciones. Pero arrepentirse, por qué, de qué.
Aquí nadie se arrepiente nunca de nada.
Nadie se arrepiente de haber apoyado el terrorismo, o de haberlo practicado. «Yo no he asesinado a nadie, yo he ejecutado. No me arrepiento». Las declaraciones del asesino de diecisiete personas, hace unos años, ni siquiera sorprendieron. Los que fueron sus apoyos, sin arrepentirse, se niegan hoy a condenar el terrorismo. El portavoz navarro de Bildu lo explica: «No compartimos la lectura política que se hace de la práctica de todas las violencias, llámesele terrorismo, terrorismo de Estado, violencia parapolicial». No se entiende bien qué quiere decir este galimatías, pero se colige que no creen que lo de ETA fue terrorismo.
Todo es posible en el país de la inocencia.
Tampoco hay arrepentimientos -ni exámenes de conciencia- por lo que fue la costumbre de mirar hacia otro lado, escapismo del que sus promotores suelen estar orgullosos e identifican con la inocencia esencial. Algunos se muestran satisfechos de la rapidez con que se han olvidado los acosos terroristas y hacen como si nunca hubieran existido, pactan con los herederos y abroncan a los demás por no ser como ellos. El futuro es de los inocentes, deben de pensar.
En el PNV les gusta pactar a diestra y siniestra alternativamente, pasando por conservadores o progresistas según toque, aprovechando la ocasión para dar sermones de rectitud moral. Se sienten inocentes, y a la espera del próximo cambio de tuerca.
Esto se ha convertido en una congregación de inocentes, un país onírico que guía ideológica (y místicamente) sus actos. Las evaluaciones educativas del País Vasco caen de forma continuada y persistente, pero nadie parece darse por aludido. No hay responsables al mando.
Es una inocencia intersectorial y polifacética.
Una inocencia esencial.
«El Estatuto ha muerto». El diagnóstico, de un dirigente sindical, en su día se interpretó como indicio seguro de que tocaba enterrarlo. La bufonada tuvo éxito de audiencia, a los profetas se les cree. Han pasado 28 años del dictamen y el Estatuto goza de buena salud. A la sazón, la autonomía tenía 18 años y contaba con un serio respaldo ciudadano. O sea, que la necedad solo tuvo un efecto desestabilizador, haciendo pasar por certidumbre lo que no era sino el desiderátum de un rupturista, quizás molesto por la existencia de un lugar de encuentro para los vascos. Ni dirigente ni sindicato han pedido disculpas por la nadería demagógica. Se sentirán inocentes. Desestabiliza, pero en el circo vasco gusta el guasón. Inocencia a raudales.
Si el sindicato/movimiento de masas hubiese dedicado tanta energía a deslegitimar el terrorismo como la dirigida contra el Estatuto, quizás los ‘años de plomo’ habrían sido menos. Desde luego habrían sido otra cosa.
La inocencia no es tan inocente.
La vida pública la protagonizan sujetos capaces de provocar los mayores desastres, seres especialmente dotados para causar(nos) problemas. Reúnen buenas intenciones (aunque ideologizadas), osadía temeraria o la creencia de que cuanto peor, mejor. Tienen efectos fatales. Suelen carecer de sentido de la responsabilidad.
Cuando se producen las debacles y amenazas a la convivencia nadie se arrepiente, pues todos han actuado con rectas intenciones y creen que con eso basta. A nadie se le ocurre que conviene algún análisis previo de las actuaciones y de las consecuencias de los actos, pues nada sale gratis.
Otrosí, ¿alguien se ha disculpado alguna vez por el pacto soberanista que arrumbó los acuerdos de Ajuria Enea, echó por los aires la convivencia y nos trajo una década de inestabilidad y de marginación política de los vascos no nacionalistas? No, pues todos los responsables se sienten inocentes, y por tanto irresponsables.
En el país de la inocencia solo se va a ganancias. Lo que sale mal se olvida. Así la inocencia da en felicidad.
La indescifrable frase del alcalde de San Sebastián cuando dio la mano al diputado general de Álava nos sitúa en una nueva etapa retórica. A lo mejor nos da la clave. Aclaró que no le había llamado «egoísta», sino que había dicho que tenía una «actitud egoísta». ¿Se puede ser generoso, pero tener actitudes egoístas? ¿Cabe no ser independentista, pero tener intenciones independentistas? ¿Aborrecer el terrorismo, pero mostrarle apoyos? O sea, cabe tener actitudes culpables pero ser fundamentalmente inocentes. Por fin lo hemos logrado: podemos ser y no ser, al mismo tiempo.