ABC 12/09/16
IGNACIO CAMACHO
· La propaganda independentista ha creado mediante un lenguaje de historicidad la ficción de un trampantojo político
OTRO día para la Historia. Las jornadas históricas en el camino de la independencia virtual catalana se acumulan mientras lo único real que ha sucedido es la quiebra financiera de la autonomía, la dimisión del presidente-Moisés y la implosión del partido-guía reventado por escándalos de corrupción. Pero el mesianismo irredento continúa con su retórica de una secesión inminente. De fracaso en fracaso hasta la victoria final.
Desde que en 2012 Artur Mas convocase a la liberación del pueblo cautivo no han hecho más que sucederse hitos de historicidad ficticia. La nación catalana ha expresado su destino manifiesto en un referéndum de cartón, ha celebrado unas elecciones «plebiscitarias» –perdidas por los independentistas– y ha aprobado leyes de «desconexión» del Estado que carecen de validez alguna. Papel mojado. Multitudinarias marchas y manifestaciones han consagrado el estado mental de independencia en medio de jubilosas expresiones de irreversibilidad autoproclamada. El prusés se ha convertido en una ruta política fantasmagórica que la clase dirigente atraviesa con la fe de quien se cree un magnate inmobiliario jugando al Monopoly. Y ahora el presidente Puigdemont, mediocre líder improvisado para sostener un poder en precario sometido al dictado de un grupúsculo antisistema, proclama la pronta convocatoria de elecciones «constituyentes» como próxima fecha cenital del viaje a ninguna parte. La República Catalana avanza hacia el imaginario horizonte del País de Nunca Jamás de los peterpanes soberanistas.
En el mundo real, Puigdemont se va a someter el día 28 a una moción de confianza impuesta y supervisada por los estrafalarios socios de las CUP, partidarios de la desobediencia civil cuyo sueño confeso consiste en provocar una oleada de violencia represora. La alcaldesa populista de Barcelona ultima la creación de una candidatura capaz de disputarles la hegemonía a los restos del nacionalismo burgués. La Generalitat acude con puntualidad periódica a Madrid para rogar el aval del odioso Estado a una deuda impagable. La presidenta del Parlament se enfrenta a un posible proceso penal por rebeldía a las sentencias judiciales. Y la antigua Convergència, eje teórico del proceso emancipador, carece de grupo propio en el Congreso de los Diputados. Ese es el resultado de tanto empacho de trascendentalidad histórica.
Pero el soberanismo sigue envuelto en el bucle de su matraca. La propaganda oficial ha creado mediante un imaginativo lenguaje la superestructura de un artificio, de un embeleco, de un trampantojo político. Millones de catalanes viven atrapados en esa burbuja de ficción que colapsa el autogobierno y estrangula el desarrollo social y económico. Pero en días como el de ayer se les ve muy contentos. Acaso convencidos de la inmediatez de ese amanecer libertador en que serán más felices, más sanos, más cultos y más ricos. Angelitos.