Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez ha trabajado a fondo su descrédito. Es imposible confiar en un líder sin palabra, principios ni criterio
El celebrado autor de «No podría dormir con Pablo Iglesias de vicepresidente» y de «Me avergüenzan los indultos a políticos», entre otras aclamadas producciones, puso ayer en escena en el Congreso la más reciente entrega de su fecunda trayectoria creativa. Se titula «No habrá referéndum de autodeterminación» y lleva el sugestivo subtítulo de «el PSOE nunca jamás aceptará una reforma de la Constitución que lo contemple». Habida cuenta del éxito de las anteriores obras, la última fue recibida por todo el hemiciclo como corresponde a una pieza de ficción avalada por la reputación del guionista e intérprete. Entre el escepticismo general expresado en diferentes tonos y modulaciones, de Vox al PNV pasando por todos los aliados del Gobierno, destacó la delectación humillante con que Rufián acogió el estreno. «Denos tiempo», se limitó a comentar, tras enumerar los más afamados antecedentes, con el más vitriólico de los desprecios.
En los últimos tres años, todo el país se ha acostumbrado a traducir el idioma político del presidente. «No» significa en su particular lenguaje «sí» (y viceversa); «siempre» quiere decir «por ahora», «hoy»; «nunca» equivale a «mañana» y «jamás», a «la semana que viene». Esta curiosa semántica enlaza con ciertas tradiciones gestuales que el escritor Fernando Díaz-Plaja localizó en la región de los Cárpatos y otros pagos montañosos balcánicos, donde al menos hasta tiempos recientes la población rural afirmaba meneando la cabeza de lado a lado y expresaba negación moviéndola de arriba abajo. El hábito producía al principio la natural confusión en los viajeros, que al igual que los españoles con Sánchez necesitaban una cierta aclimatación para entenderlo. Pero una vez descifrado no había mayor dificultad en la captación del código inverso. En su versión hispánico-sanchista es muy simple de desentrañar porque está contenido en una popular locución del refranero: donde dije digo, digo Diego. Y el problema es de quien no se dé cuenta y le otorgue un mínimo predicamento.
La reacción unánime del arco parlamentario demuestra hasta qué punto Sánchez ha malversado su palabra convirtiéndola en cháchara inservible, en pura logomaquia. La percepción ciudadana registrada por las encuestas ha pasado de la suspicacia a una asentada sensación de desconfianza. La acumulación de cambios de criterio del primer ministro excede con mucho los límites del pragmatismo para entrar de lleno en el territorio moral de la ausencia de principios, de tal modo que nada de lo que diga puede ser ya creído. La gente da por sentado que miente por automatismo, por rutina e incluso por vicio, pero en realidad se trata de un estado mental radicalmente tornadizo y presentista en el que el momento y la circunstancia justifican cualquier frase vacía. No importa que quede escrita; en el País de Nunca Jamás la realidad es mucho más líquida que la tinta.