Ignacio Camacho, ABC, 15/7/2011
El caso Faisán estorba los tiempos de Rubalcaba y le impide abrirse huecos para su proyecto de candidatura.
Rubalcaba llegó a los GAL tarde y con las manos limpias, aunque se las manchó enfangándose como portavoz en defensa de un Gobierno cercado por las evidencias. El caso Faisán, sin embargo, le alcanza en sus responsabilidades políticas porque por poco tiempo que llevase en el Ministerio del Interior fue un delito que ocurrió bajo su guardia. La existencia del chivatazo es palmaria más allá de la delimitación de culpas penales, y la época en que sucedió —en pleno proceso de negociación con ETA, objetivo central de la primera legislatura de Zapatero— avala la sospecha racional de que obedeció a un criterio político. El mismo con el que el presidente minimizaba el atentado —«accidente»— de Barajas o revestía de melifluas intenciones pacifistas a los batasunos. Las rectificaciones posteriores honran a sus autores en la misma medida en que demuestran lo equivocados que estaban cuando adoptaron el camino opuesto.
En sentido estricto, el procesamiento de la antigua cúpula policial añade poco a un debate político centrado en el hecho esencial, conocido hace tiempo pero nunca explicado satisfactoriamente, de que la detención de una trama etarra fue desbaratada por un soplo difícil de entender sin el conocimiento, la aquiescencia o la orden de superior instancia. Lo que sí hace el auto judicial es marcar los tiempos de un modo incómodo para el ahora candidato socialista y su sucesor en el Ministerio, al que el juez Ruz ha enviado un fastidioso regalo de bienvenida. Rubalcaba no encuentra el modo de abrirse a sí mismo huecos para proponer un proyecto de candidatura; haga lo que haga termina hallándose frente a la incómoda sombra del escándalo, sometido a la petición de explicaciones y perseguido por preguntas impertinentes a las que no ofrece respuestas. Su única línea de defensa consiste en exaltar el trabajo policial contra ETA, que precisamente es lo que la ignominiosa delación puso en solfa. En todo caso, los éxitos antiterroristas han tenido lugar cuando las Fuerzas de Seguridad han hecho lo contrario que en el bar de Irún: atrapar a los etarras en vez de facilitarles la fuga.
El curso del sumario acecha la carrera de Rubalcaba como un acreedor pertinaz que le reclamase una antigua factura pendiente. Es su particular cobrador del frac, el testimonio de una deuda del pasado, aunque de un pasado no tan remoto para que se pierda en la memoria de la opinión pública. Cada avatar procesal le pone delante de un engorroso expediente que no puede afrontar sin remover el comprometedor período de la frustrada y peligrosa luna de miel con ETA y su entorno, una herida política que no acaba de cicatrizar porque sus consecuencias siguen supurando. De ahí su patente enojo ante la evidencia de que, vaya donde vaya, se va a ver obligado a esquivar al embarazoso pajarito.
Ignacio Camacho, ABC, 15/7/2011