El palo y la zanahoria

EL CORREO 13/05/13
TONIA ETXARRI

El Parlamento vasco vivirá su momento de declaración soberanista, como el catalán, cuando el lehendakari lo considere oportuno

La coincidencia, en el tiempo, del ‘palo’ del Tribunal Constitucional a la declaración soberanista del Parlamento catalán con una vía de negociación entre el Gobierno de España y la Generalitat sobre el cálculo del déficit ofrece la radiografía de las relaciones entre La Moncloa y las comunidades autónomas. Los ejecutivos necesitan sentirse apoyados. Por mucha mayoría absoluta que les avale, como es el caso del presidente Rajoy, o, precisamente, para salvar su minoría, como le ocurre al lehendakari Urkullu. De ahí sus constantes emplazamientos a la lealtad, aunque luego sean incapaces de adornarse con los hechos.
Las relaciones entre el Gobierno de España y la Generalitat alcanzaron la semana pasada su momento más crítico cuando se conoció que el Constitucional dejaba en suspenso, por cinco meses, la declaración del Parlamento catalán sobre el derecho de autodeterminación, en plena negociación del ministro Montoro y su homólogo catalán sobre los objetivos de déficit. Hubo intercambio de reproches para marcar posiciones que seguramente derivarán en una posibilidad de acuerdo, que sólo se entendería en el caso de que la Generalitat afinara el diapasón de sus proclamas de soberanismo. Es posible que, cuando la Comisión Europea apruebe el nuevo déficit español para este año, el ministro Montoro entre en la vía del déficit «a la carta» que le acarreará no pocas quejas con el resto de comunidades autónomas que protestan por sentirse agraviadas en el trato. Una de arena. Pero piensa recurrir legalmente cada paso que dé Artur Más hacia la independencia. Una de cal.
Un equilibrio difícil de mantener que, con toda seguridad, no contentará a nadie. Ni a los nacionalistas catalanes, eternamente insatisfechos, ni a tantos sectores que creen que el equipo de Rajoy no acaba de atreverse con el principal problema económico de este país, que reside en las duplicidades derivadas del mastodóntico organigrama de las comunidades autónomas. Y son voces que no sólo provienen del ala más dura de la ‘casa’ del PP. El mismo Nicolás Redondo Urbieta, desde su experiencia como secretario general de UGT durante tantos años y con la distancia que le permite su retirada de la primera línea, no ha podido ser más gráfico al decir que el Gobierno de Rajoy «hace bien no dando materia a la parte contraria, aunque de vez en cuando también habría que añadir un golpe, un corte seco, un «esto se ha terminado». O sea: mano dura. El Ejecutivo del PP, por mucha mayoría absoluta que le avale, necesita un entendimiento político con las comunidades autónomas en un momento en el que la indignación social está mostrando su rostro más duro en la calle.
Su pulso con el Gobierno vasco tiene un registro más plano, por la sencilla razón de que Urkullu tiene otro ritmo. Sus objetivos no difieren, en esencia, de los de Artur Mas pero maneja los tiempos con otras prioridades, para desesperación de EH Bildu que se mantiene expectante ante la presentación de su nuevo estatus. Euskadi vivirá también su momento de declaración soberanista en el Parlamento, pero será cuando lo considere oportuno el lehendakari. A Urkullu no le gusta que se mencione a su antecesor Ibarretxe para referirse a su plan de nuevo estatus. Pero si quiere mantener una relación, en condiciones de igualdad, entre España y Euskadi, como si la comunidad vasca fuera, como mínimo, una nación sin Estado, habrá que concluir que el lehendakari tiene un plan muy, pero que muy, parecido al que presentó Ibarretxe, en aquella sesión del 1 de febrero del 2005, en el Congreso de los Diputados y que fue rechazado por abrumadora mayoría.
Antonio Basagoiti , en su último cara a cara parlamentario con el lehendakari tildó el proyecto de «rupturista». El presidente de los populares vascos se ha mostrado siempre tan persuadido de que los planes de Urkullu pasan por romper su dependencia con España que, desde que comenzó la legislatura del nuevo gobierno nacionalista vasco, ha trazado una de sus líneas rojas en la necesidad de aparcar cualquier estatuto soberanista para empezar a pensar en un respaldo a su gestión. De momento, en las conversaciones entre Rajoy y Urkullu el foco ha estado dirigido hacia el blindaje del Concierto, el cálculo del Cupo y algunas transferencias pendientes. Pero, por si acaso, el presidente Rajoy ha transmitido a Basagoiti que hiciera lo posible por echar una mano al Gobierno vasco en materia presupuestaria. De momento, no ha sido así y el tiempo nos irá enseñando la cara oculta de la luna cuando el lehendakari Urkullu presente ante el Parlamento de Vitoria su plan de nuevo estatus.
Ya, para entonces, no estará Basagoiti. Habrá que ver si su sucesora en el partido se mantiene en esa actitud vigilante tan propia como personal del actual presidente de los populares vascos o, por el contrario, y en virtud de las necesidades de pacto entre el PNV y el PP baja la guardia, accede a las recomendaciones de La Moncloa y opta por cambiar de táctica, despistando, de paso, a su electorado más genuino. Los cambios en política han dependido muchas veces de las formas personales de sus líderes. Con la marcha inminente de Basagoiti muchos de sus seguidores no ocultan su incertidumbre sobre el rumbo que tomará el PP vasco. El presidente de los populares, por cierto, está recibiendo estos días un reconocimiento público de muchos de sus detractores que no le tratarían con esa deferencia si no hubiera anunciado su retirada de la política. El refranero ha vuelto a tener razón. Puente de plata.