José María Ruiz Soroa-El Correo
Que la política internacional está atada al realismo, al primado de lo posible sobre lo deseable, es bastante obvio. Que una situación como la que se va dibujando en la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania, de agotamiento de los contendientes y consiguiente estabilización de los frentes, tendrá que terminar con un alto el fuego negociado, seguido de tratos y discusiones, es sencillamente la conclusión que se deriva de la realidad. Una realidad injusta, pero no por ello menos imperiosa en el campo político.
Que el Papa Francisco haya recordado a Zelenski que cuando no hay perspectivas de éxito en la guerra se debe pensar en levantar bandera blanca y abrirse a un final negociado, poniendo fin a la matanza, no es en este contexto sino un reconocimiento a la «realpolitik», el mismo que podría recomendar otro gobernante de cualquier país como Turquía o Brasil. Lo extraño y sorprendente es que el mensaje provenga de una autoridad moral o religiosa y que venga formulado en términos éticos. Que venga a afirmar que existe algo así como un deber moral de rendirse ante una agresión por muy injusta que ésta sea cuando no se tiene la fuerza necesaria para imponerse a ella. Que la guerra de defensa ante una invasión extranjera deja de ser moralmente aceptable cuando se está perdiendo en el campo de batalla, pues si es así el gobernante debe ceder. Que la paz –entendida como mera ausencia de muertos- es un valor moral superior a la integridad territorial, la independencia o la justicia.
Sorprende que desde la autoproclamada cátedra de los valores y principios, desde un sitial de defensa de ideales (deber ser) por encima de realidades (ser), se confundan de tal manera ambos planos y se santifique como moralmente exigible lo que sólo es un hecho derivado de la contingencia de la fuerza. No parece, desde luego, que la historia del cristianismo responda en su ideal a este tipo de mensaje, sino más bien el contrario, el de prevalencia de lo justo sobre lo útil. Solo cuando la cátedra ha estado permeada por concretas ideologías humanas –muy humanas- (pienso en la Euskadi de 1980) ha predicado que la paz está por encima de la justicia.
¿Estará quizás Francisco permeado por ideas mundanas al hacer tan sorprendentes declaraciones? El que no pida a Rusia un poquito de clemencia, no digamos de rectitud, lo hace sospechar.