Pedro Insua-El Español
Europa es una idea surgida en la Edad Media que se corresponde con la instalación de los pueblos germanos en el Imperio romano occidental. En concreto, si hacemos caso a Marc Bloch, es una idea que surge en la Alta Edad Media, limitada o cercada por los bloques mahometano, bizantino y eslavo.
Esta Europa Occidental se va a desparramar y en cierto modo a extinguir cuando España y Portugal penetren en el Océano y vayan «más allá», hacia el Occidente, para acabar volviendo por el Oriente, rompiendo así la idea tricontinental del orbe terrestre. Abriendo el horizonte de un nuevo mundo, de una nueva realidad global en la que Oriente y Occidente se vuelven ideas algo confusas.
En todo caso, de la extinción de Europa como idea no se deduce su extinción como ideología. Sobre todo en el ámbito español e hispánico en general en su versión sublime, por decirlo con Gustavo Bueno, la ideología europeísta está más viva que nunca.
La guerra de Ucrania la ha relanzado a la estratosfera de la excelsitud. Y, en su confrontación con «la Rusia de Putin» (como si esta fuera un despotismo oriental y Vladímir Putin un rey de esclavos), el europeísmo se ha tornado en incuestionable, fundamentalista. Más que nunca, en la cabeza de los españoles resuena la idea de que fuera de Europa no hay civilización. Más allá de Europa (incluyendo en esta a americanos y oceánicos anglosajones) está la selva.
Ahora bien, el europeísmo es un componente ideológico (más que un movimiento organizado) que se ha desarrollado adscrito a movimientos políticos de diversa índole (algunos incluso incompatibles entre sí) y que, por tanto, no mantiene un sentido unívoco, sino dependiente de los intereses a los que responden los movimientos con los que se coordina.
Así, la idea de Europa cobra distintas modulaciones dependiendo de las coordenadas desde las que se define la «unidad» que busca el «europeísmo» («unidad en la diversidad» es el lema abstracto de la Unión Europea).
Por ejemplo, Andrés Laguna, médico de Carlos I, comprometido con la idea agustiniana de «república cristiana» y en vista de las guerras que asolaban Europa en ese momento, defendía en 1543 un europeísmo en el que las distintas partes políticas de Europa eran representadas como lobos que, enfrentándose entre sí, terminaban arruinando a la pobre e inocente Europa. Que, en tanto república cristiana, debería convivir en paz.
Es desde el evangelismo, de corte erasmista, desde el que Laguna reclamaba la solidaridad de las distintas partes europeas para, entre otras cosas, y a través de su unidad cristiana, enfrentarse al turco.
Ahora bien, el componente europeísta puede, por supuesto, asociarse, como así es, a otros movimientos ideológicos distintos del pacifismo evangélico.
Por ejemplo, tras la revolución bolchevique de 1917, Coudenhove-Kalergi escribe el panfleto Paneuropa buscando la solidaridad entre las distintas partes políticas europeas, centradas en el eje francoalemán y excluyendo al Imperio británico, para evitar, precisamente, con la formación de un bloque fuerte europeo, la propagación del bolchevismo hacia el Occidente. A España, por cierto, la desprecia, como casi siempre que se habla de Europa.
Y es que, en efecto, el europeísmo en España aparece, asociado a ideas como progreso, ilustración, cultura y tolerancia, como ideología redentorista. Como aquella famosa «solución» para España de la que hablaba Ortega ante el horizonte decadentista español.
Se asume así como evidente la necesidad para España de estrechar lazos con el resto de sociedades europeas, aún a costa de quedar subordinada a intereses completamente ajenos o, incluso, perjudiciales para la sociedad española (es lo que Miguel de Unamuno llamaba el «papanatismo europeísta»). La alternativa es la «africana» España, una sociedad característicamente contraria a los «valores» europeos.
Y aquí es donde el europeísmo engrana con el separatismo en tanto que ambos buscan, con la disolución de los Estados nacionales, una reunificación europea a partir de oscuras categorías étnicas y lingüísticas que se suponen más «naturales» o reales que la «artificiosa» división política.
Pero Europa no es un Estado (tampoco lo es la Unión Europea), sino una biocenosis (actualmente una auténtica selva capitalista) por la que los distintos intereses de los Estados que la componen se enfrentan entre sí. Unas veces, abiertamente. Otras, a través de la coordinación de esos intereses, generalmente contra terceros.
Después del proyecto napoleónico (contra Inglaterra), el proyecto europeo más relevante fue el nazi (enfrentado al bolchevismo, por un lado, y al americanismo, por el otro), cuya derrota significó la creación de la Europa actual.
La Unión Europea nace así como proyecto estadounidense de restauración tras la guerra (basada en torno al control de la producción industrial del carbón y del acero) y se establece como muro de contención frente al bloque soviético, prevaleciendo sobre todo los intereses del eje francoalemán (cuya rivalidad imperialista en la primera mitad del siglo XX fue lo que, fundamentalmente, derivó en ambos enfrentamientos mundiales).
Con la caída del Muro y la reunificación alemana, son sobre todo los intereses de Alemania y de Francia los que prevalecen en la Unión Europea, solicitando de los Estados que ingresan en la Unión unas condiciones favorables a esos intereses. El europeísmo es la sublimación de esos intereses. No hay más.