Quienes en la izquierda abertzale llegan a la convicción de que no tiene sentido continuar con la violencia no tienen más opción que abandonar porque ese tabú no se puede plantear desde dentro. Hay que preguntarse si hay correspondencia entre la política del Gobierno de apoyar a un sector de Batasuna y los resultados que se esperan obtener con ello.
Batasuna no ha tenido capacidad para condicionar las decisiones de ETA y empujar a la organización terrorista hacia el abandono de las armas. No sólo no lo consiguió con motivo de la tregua de 1999 ni durante el alto del fuego del pasado año, sino que ni siquiera tenemos datos de que, al menos, lo intentara.
En la jerarquía de la izquierda abertzale, ETA -«la vanguardia»- ha ocupado siempre el escalón más alto y decisorio. A los demás, Batasuna incluida, les ha correspondido una posición subordinada. Ese reparto de papeles ha sido asumido con naturalidad por todos los afectados y los únicos conflictos planteados se han dado entre los subordinados, pero nunca de éstos con la cúpula etarra. El Gobierno, sin embargo, parece haber apostado por la esperanza de que los sectores políticos dieran la vuelta a la situación y se acabaran imponiendo a los pistoleros, pero esta batalla ni siquiera se ha llegado a librar.
La única vez en que, durante una breve etapa, los políticos de la izquierda abertzale mandaron más que los terroristas fue en 1992, a raíz de la crisis de Bidart, y fue peor porque se encargaron de devolver la moral a los desfallecidos miembros de la banda, de justificar teóricamente la continuidad de la violencia y de ayudar a superar la crisis de ETA hasta que estuvo en condiciones de afrontar su reorganización interna y seguir adelante.
En los genes políticos de Batasuna parece estar escrita la incapacidad para enfrentarse a ETA y cuestionar el mantenimiento del terrorismo como método de acción política. Aquellos que en las filas de la izquierda abertzale llegan a la convicción de que no tiene sentido continuar con la violencia no tienen más opción que abandonar porque ese tabú no se puede plantear desde dentro. Quienes lo han hecho, incluso en la propia ETA, como José Luis Alvarez Santacristina, ‘Txelis’, o Francisco Múgica, ‘Pakito’, han acabado expulsados.
Esa situación es la que lleva a preguntarse si es acertada la política del Gobierno de apoyar a un sector de Batasuna. Si hay correspondencia entre el gran coste social y político que tienen medidas como la prisión atenuada concedida a Ignacio de Juana Chaos o el manto de protección frente a la Justicia concedido a Arnaldo Otegi y los resultados que se esperan obtener con ellas. La esperanza de arrastrar a ETA a través de Batasuna se ha revelado falsa, posiblemente porque, como decía Txema Montero la semana pasada, «Batasuna cambiará cuando cambie ETA, pero ETA no cambiará porque cambie Batasuna».
Florencio Domínguez, EL CORREO, 26/3/2007