ABC 23/09/16
CARLOS HERRERA
· Todos aquellos que veníamos diciendo que Sánchez iba a buscar aliados para su investidura, aunque fuera en los infiernos, teníamos razón
¿CUÁNTOS votaron No en la investidura de Rajoy? ¿180? Pues esos son los que quiere Pedro Sánchez para sí y su candidatura, la cual ya ha reconocido su entorno en forma de filtración, al efecto de que se vaya calentando el ambiente del próximo Comité Federal. Se acabó el disimulo: todos aquellos que veníamos diciendo desde antes del verano que Sánchez iba a buscar aliados para su investidura, aunque fuera en los infiernos, teníamos razón. Dos días antes de votar en autonómicas ha querido desvelar lo que era un secreto a voces y que no es otra cosa que desafiar las leyes de la física política: gobernar con 85 diputados, lo que Susana Díaz le desaconsejó por imposible. Por partes.
Numéricamente tienes dos caminos. El primero es altamente improbable y se lo recuerdan cada día los teóricos socios. Ciudadanos y Podemos no se pueden ver y no se pueden mezclar: el último en advertirlo ha sido Iglesias, que le ha recordado en público que los únicos con los que se puede y debe pactar son ERC y CiU. Rivera se desentendió de esa posibilidad una vez más hace un par de días. El segundo camino es endemoniado pero factible: hay que arreglarse con Podemos y después convencer a los independentistas para que disimulen durante unos días el empeño ese suyo de los referéndums vinculantes, cosa que, por lo que se ve, lo que queda de CiU está dispuesta a hacer, al igual que el PNV, que está en otra cosa ahora mismo, aunque haya que contar con la excepción de ERC, la más dura de roer. Esta segunda vía, por mucho que abochorne y asuste a propios y extraños, tiene visos de consumarse, como los matrimonios de conveniencia. Sánchez lleva hablando más tiempo del que creemos con alguno de los miembros del cortejo, esencialmente Iglesias, y lanzando mensajes por voz intermedia a los diablillos del nacionalismo, esos chavalotes equivocados pero noblotes en el fondo, como Tardá o Rufián. ¿Sería capaz, por ejemplo, de hacer ministro de algo al tal Rufián?: cosa más apasionante no habrían visto los siglos.
Es evidente que un descalabro este fin de semana en los dos escenarios en los que los socialistas se juegan los cuartos –esencialmente él– hace muy difícil concluir la faena, ya que –sabiendo lo que hay– sus críticos se organizarían para despellejarlo aunque fuera con un harakiri colectivo. Pero si los del puño y la rosa salvan la cara, la cosa va a estar más difícil. Y ¿qué significa salvar la cara?: evitar el sobrepaso de Marea y la absoluta de Feijoó, cosa que depende de un puñado de votos, y ser útil al PNV en el País Vasco para la formación de un gobierno. De eso al derrumbe no hay tanta distancia y despreciar la capacidad final de movilización del PSOE se me antoja un error.
Esa semana que media entre el recuento del norte y la entrada en Ferraz de los miembros federales es tiempo suficiente para presentarse el 1 de octubre y decirles a los suyos: tengo la investidura. Y cuando quieran decirle que no, Sánchez ya les habrá advertido de que cualquier tarde le pregunta a la militancia, tan de izquierdas como él. Y les reprochará, además, que sean capaces de pedirle que se abstenga para hacer presidente a Rajoy en lugar de celebrar que se vaya a instaurar en España un gobierno felizmente progresista. Y los planes de dimitir con tal de llevarse a la Ejecutiva por delante, y a él también, quedarán en nada.
¿Y gobernar? Hombre, mujer, no venga usted ahora a aguar la fiesta. Eso es lo de menos. Iglesias o Errejón, el que quede de entre ellos, de vicepresidente, y lo demás repleto de gente de buena voluntad. ¿España?: por fin el paraíso del progre.