Ignacio Camacho-ABC

  • Otra vez la Corona como barricada institucional de unos mandatarios que encarnan ante el pueblo la viva imagen del caos

Cayeron en Paiporta botellas, barro y objetos diversos sobre el Rey, la Reina, Sánchez y Mazón, y sólo uno de ellos abandonó la comitiva. Adivina. La explicación benévola es que lo habían agredido –con un palo o una pala según las versiones– y la seguridad consideró procedente alejarlo para evitar que la ira popular estropease la visita. La interpretación comparativa está al alcance de cualquiera sin necesidad de verla escrita. Y el hecho objetivo es que el monarca se quedó frente a una multitud inflamada mientras el presidente se escabullía. De la agresividad del recibimiento sólo se puede decir que las víctimas siempre tienen razón, incluso cuando no la tienen, porque son justo eso, víctimas, y en medio de su desesperación no cabe pedirles encima cortesía.

Quizá no fuese buena idea enviar a Felipe VI de pararrayos. No al menos sin haber antes dirigido a la nación entera un mensaje de Estado. Se equivocó quien decidiese, en la Zarzuela o en la Moncloa, que no era necesario que la Corona usara su autoridad moral, los llamados poderes de reserva, para dirigirse a todos los ciudadanos y ofrecerles el amparo institucional que reclaman en estos momentos ingratos. En vez de eso se ha –o la han– vuelto a colocar como barricada de unos mandatarios que ahora mismo representan la viva imagen del fracaso, de la dejación de responsabilidades, del egoísmo político y del caos burocrático. Era obvio que en la zona cero de la tragedia no iban a recibirlos con entusiasmo aunque se hubiesen puesto a limpiar calles junto a los voluntarios.

Aun así, el Rey salió con dignidad del trance. Dio la cara, encajó el lanzamiento de pellas de fango sin inmutarse, escuchó los reproches, habló con los damnificados y hasta defendió el poco justificable papel de las autoridades. Se comió el marrón, dicho en términos coloquiales. Gajes del oficio, sí, pero es cualquier cosa menos agradable y hasta el día de ayer no lo había hecho nadie. Y Doña Letizia, tan denostada a veces por cierta clase de monárquicos integristas, aguantó con temple y serenidad su parte cuando lo fácil hubiera sido dejarse sacar de allí en volandas como Sánchez. Ay, Sánchez. Qué manera de retratarse. Qué manera de perder oportunidades de parecer un verdadero gobernante.

Que no se iba a desviar, dijo tras darse a la fuga, pese a los violentos. Para no desviarse quizá convendría empezar por no salir corriendo en cuanto el asunto se pone feo. La frase de «si quieren ayuda, que la pidan» lo va a perseguir durante mucho tiempo; tantos asesores para eso. Que la pidan. Firmado, el presidente del Gobierno de España ante una catástrofe con más de doscientos muertos. En Valencia, no en un remoto país extranjero. Esto es lo que hay. Un líder que no puede salir a campo abierto sin exponerse a un abucheo. Esto y un Jefe del Estado convertido una vez más en remedio contra la indignación del pueblo.