LIBERTAD DIGITAL – 23/02/16 – IÑAKI ARTETA
· Ayer mismo, en el Parlamento vasco, un portavoz nacionalista, dejó claro que mis películas no son «equilibradas» como para poder emitirse en la televisión pública vasca. Yo ya le entiendo. Tenemos casi la misma edad y aunque no le conozco, tenemos 11 amigos comunes en Facebook. Qué pequeño es el mundo.
Seguro que paseamos alguna vez por las mismas calles por donde desfilaban manifestantes gritando: «¡Gora ETA!» Pisábamos entonces las mismas baldosas que los asesinos, el mismo asfalto por donde había corrido la sangre o caminábamos comiendo pipas muy cerca del portal donde alguien cayó asesinado. Tomábamos vinos incluso en bares donde semanas antes se había matado a alguien comiendo. Alternábamos con personas que pensábamos buenas, a las que nada de eso no les inmutaba.
Una vez tomando un vino con un amigo me dijo que no le importó que asesinaran a Miguel Ángel Blanco. Sentí una gran extrañeza por tener tan cerca un pensamiento tan malvado. Me sorprendí pensando cuánta más gente como él habría fuera de aquel bar. Han pasado muchos años pero me altera cada vez más la gente que, como este parlamentario, con unas pocas palabras, emite inconfundibles señales de sectarismo.
Ayer mismo, mientras una hija de Fernando Buesa declaraba que «todavía hay actitudes que legitiman sutilmente a ETA», el Gobierno Vasco reconocía a 187 víctimas de abusos policiales entre 1960 y 1978. Otros se preparan para el recibimiento a Otegi, el hombre de paz. ¿Cómo entender todo esto?
La Memoria es para la gente de bien una denuncia, es un ansia por reconocer a los que sufrieron injustamente porque no hubo justificación para tanto daño, tampoco para el olvido de algo tan grave. Es el intento presente de cerrar un pasado que fue como una alucinación: vivimos entre asesinatos y asesinos y no hicimos lo que ahora creemos que deberíamos haber hecho.
En esta tierra vasca, para muchos, incluido este parlamentario y su partido, la cuestión de la Memoria resulta un desagradable incordio. Remover el pasado desenfoca la honorabilidad de su presente y significa reconocer actitudes graves de su pasado, los cameos con los auténticos culpables con los que se ha compartido y se comparte lo fundamental: el enemigo son los españoles. Si se toman su trabajo todavía es posible tener suerte para que algunas cuestiones pasen desapercibidas.
Memoria sí, pero confusa
Hubo más violencias, otros muchos muertos, gente que sufrió otros despropósitos, se vulneraron los derechos humanos por todos los lados. Mezclémoslos a todos, haremos un buen servicio a la comunidad y de paso nos libraremos de dar explicaciones por lo nuestro. Memoria sí, pero confusa.
Resulta que los ciudadanos de bien son voluntariosos pero más bien perezosos y quizás más en tiempos de tranquilidad en las calles. Denunciar ahora es un trabajo que supone generar discursos sobre el pasado, revolver acontecimientos tristes, introducirse en terrenos de confrontación estresantes. Tiene su lógica, la ausencia de disgustos relaja mucho el activismo de esta causa. Que trabajen los historiadores.
Pero la ausencia de un debate adecuado en la ciudadanía crea un hueco que rápidamente es ocupado por los que verdaderamente sí tienen que perder en este repaso a los años sucios.
A los que temen el reflejo del pasado no les importa dedicarse a ello en cuerpo y alma, día y noche. Porque les va la vida y la honradez en ello. Es su misión y tiene su tiempo: ahora. Para ellos no hay nada más importante en este momento que ESO, no hay otra cosa mejor que hacer que ESO. No hay nada más transcendente para el nacionalismo vasco en su conjunto, es una cuestión estratégica de primer orden. Es su honor bajo sospecha, su historial laboral y su patrimonio bajo sospecha, son sus hijos mirando hacia atrás, asuntos con los que no se puede jugar.
Ración de artillería
No se trata de tunear una batallita de hace quinientos años, eso ya lo han hecho y ha colado, no. El cuarto oscuro del pasado que quieren dinamitar con silenciador está repleto de suciedad, muchos nombres, largas listas de los que fueron, de los que estuvieron cerca, de los que se beneficiaron de verdad y aún viven de ello, de gente con estudios y sin ellos, de curas y ateos, de gente que pasa por buena junto a pistoleros, de familias con víctimas y verdugos. Para la estrategia, no hay que descuidar ningún momento y cualquier elemento que se salga de lo oficial y se atreva a exhibirlo en público, contará con su buena ración de artillería.
Sólo cuando esté perfectamente instalado su discurso en la tele, el cine, en todos los materiales audiovisuales posibles, en el Parlamento de todos los vascos, en los libros de texto y las librerías, en la universidad, en los cerebros vírgenes de los más jóvenes, en la mente olvidadiza de la ciudadanía gris, dirigirán sus recursos en otra dirección. No interrumpirán su cometido hasta que se silencie la última voz del resistente a olvidar o a pedir justicia.
Un tipo al que no conozco me envía un correo en el que un grupo reivindica con enfado que no se reconoce que el euskera ya se hablaba en Álava hace 1.700 años. Qué pequeño es todo en esta tierra del norte.