Ignacio Camacho, ABC, 24/6/2011
La conquista del poder político por Bildu valida y da sentido a medio siglo de violencia de ETA.
CONSUMATUM est. Ni en el más delirante de sus sueños podían los terroristas vascos imaginar que les iba a resultar tan fácil la conquista del poder político. Sin dejar las armas, sin arrepentirse y sin que medie siquiera una condena explícita de los crímenes producidos en medio siglo de coacción sangrienta. El triunfo de Bildu valida y da sentido a esa cruel experiencia de administración del dolor ajeno. Guipúzcoa se ha convertido en un parque temático del independentismo radical, un territorio extraestatal en el que los continuadores de ETA podrán ensayar toda clase de desafíos institucionales. Desde subir los impuestos que les apetezcan a retirar las banderas que no les gusten; desde negociar el cupo fiscal a prohibir el paso en los ayuntamientos a los escoltas que testimonian la persistencia de la amenaza. Como garantes tutelares de esa hegemonía inesperada, los etarras tienen hoy derecho a pensar que la violencia merecía la pena.
Porque ETA no ha matado solamente por el mero impulso elemental y primario de aniquilar a sus enemigos. Ni siquiera sólo por odio. Ha matado —nothing personal, only business— para hacerse con el poder, y eso es exactamente lo que ha empezado a lograr desde el 22 de mayo. Aunque se diese el improbable caso de que el flamante dominio institucional de sus legatarios serenase el instinto asesino de los pistoleros y los convenciera de que no es necesario seguir ejerciéndolo, ya se ha cumplido la premisa elemental que sostenía su criminal propósito. Ya pueden sostener que el suyo no era un desvarío de psicópatas, sino el camino brutal hacia una victoria política.
Ese proceso, que supone el correlato de una derrota del Estado, tiene responsables dentro y fuera del País Vasco. Y no son sólo la media docena de magistrados que dio luz verde a Bildu fingiendo no ver su evidente vinculación con la Batasuna (y por tanto con ETA) que se ha personado con arrogancia en las tomas de posesión institucionales. Son también responsables quienes urdieron desde el poder la estrategia de abrir paso al brazo civil del terrorismo con la esperanza de arrastrar a la banda hacia la autodisolución, lo que equivale a concederle por adelantado parte de las reivindicaciones que ha efectuado sobre los cadáveres de sus víctimas. Y lo son también quienes, en la propia Euskadi, han dado el visto bueno a esa presunta normalizaciónde la que ahora han empezado a arrepentirse. Empresarios, políticos, profesionales, periodistas; élites sociales y de opinión pública no necesariamente vinculadas con el nacionalismo que respaldaron el paso suicida de la legalización y ahora se dan cuenta, ante las dimensiones del éxito filoetarra, de que «se les ha ido la mano». No es exacto: se les ha ido de las manos.
Y todavía queda lo peor. El poder en sí mismo no era el único fin de los terroristas. Lo querían, y lo vamos a ver, para ejercerlo.
Ignacio Camacho, ABC, 24/6/2011