Ignacio Varela-El Confidencial
Ahora son los socialistas quienes podrían sobrepasar a UP en varias de aquellas grandes ciudades que la ‘galaxia Podemos’ conquistó hace tres años
Las elecciones municipales de 2015 fueron el mayor triunfo electoral de Pablo Iglesias desde su aparición en la política española. Todas las condiciones ambientales se concitaron a su favor: la marea de la nueva política, la resaca de la crisis, la pulsión social por castigar al bipartidismo y el encantamiento podemita en amplios sectores de la izquierda. En aquella votación, se estrenó el nuevo sistema de partidos que unos meses más tarde se consagraría en las generales.
Podemos decidió aprovechar al máximo la dirección del viento y articuló una estrategia inteligente de candidaturas municipales en las que a la atractiva nueva marca se añadieron movimientos ciudadanos, partidos nacionalistas de izquierdas y personajes independientes de prestigio en el universo progresista. Fue la apoteosis de las confluencias.
Gracias a ese plan, la izquierda obtuvo un botín espectacular de gobiernos en unas elecciones que, numéricamente, había ganado la derecha. Fue el primer caso del ‘ganar perdiendo’, que es la última moda de la política española. Podemos y sus aliados se hicieron con las alcaldías de un puñado de grandes ciudades: Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cádiz, A Coruña, Santiago… Y sus votos ayudaron al PSOE a camuflar su humilde resultado arrebatando al PP otro puñado de gobiernos autonómicos (Aragón, Baleares, Castilla-La Mancha, Extremadura y la Comunidad Valenciana). Fue un negocio redondo para ambos.
Iglesias ha exhibido en estos años los autodenominados ‘ayuntamientos del cambio’ como la joya de su corona y el máximo exponente de su fortaleza política. Pero aquel triunfo llevaba en su seno la semilla del fracaso que puede venir el 26 de mayo. Porque su poder municipal se asentó sobre una amalgama inorgánica de siglas, confluencias y liderazgos individuales, pero él se dedicó a montar la organización política más vertical, jerárquica y caudillista de cuantas existen en España. Un poder territorial líquido junto a una estructura partidaria monolítica —y a la postre, como se ha visto, excluyente—. Semejante mezcla no podía ser duradera.
Las confluencias saltaron por los aires, Compromís ya va por libre, las Mareas gallegas son ahora una sopa de siglas, Colau engulló a Podemos…
No hace falta atiborrarse de encuestas para anticipar que uno de los grandes perdedores de las elecciones municipales será el partido de Pablo Iglesias. Varias circunstancias conspiran en su contra:
El PSOE se ha recuperado, navega con el viento favorable de su victoria en las generales y ahora son los socialistas quienes podrían sobrepasar a UP en varias de aquellas grandes ciudades que la ‘galaxia Podemos’ conquistó hace tres años. Será el caso más probable, por ejemplo, en las ciudades gallegas de A Coruña, Santiago y Ferrol. En ellas, las Mareas se marearon, el BNG resucitó y el PSOE recibió una inyección de vitamina. Si la izquierda conserva la mayoría, probablemente sea para elegir alcaldes socialistas.
Además, las confluencias saltaron por los aires. Compromís ya va por libre, las Mareas gallegas son ahora una sopa de siglas mal avenidas, Colau engulló a Podemos y no recibe instrucciones de nadie, Izquierda Unida se presenta por su cuenta en unos cuantos territorios…
Por si algo faltara, las disensiones y las purgas dentro de Podemos han destruido su cohesión interna, con efectos desastrosos
Por si algo faltara, las disensiones y las purgas dentro de Podemos han destruido su cohesión interna, con efectos desastrosos. En Madrid, Errejón consumó la escisión y se asoció con Manuela Carmena para montar chiringuito aparte. En Andalucía, Teresa Rodríguez, líder de los Anticapitalistas, hace tiempo que no responde a la disciplina de Iglesias (con ella está, entre otros, el alcalde de Cádiz).
El panorama es desolador desde antes de votar. En las dos mayores ciudades de España no hay candidatura municipal de Podemos. En Madrid, los seguidores de Iglesias tendrán que elegir entre dar su voto a la traidora Carmena, aliada del Gran Traidor Errejón, o apoyar a la candidatura de IU (que puede entregar la alcaldía a la derecha si no alcanza el 5% y sus votos se van por el sumidero). En Barcelona, no queda nada de Podemos como organización política. Para conservar la alcaldía, Colau tendrá que apoyarse en el PSC o negociar con ERC (o ambas cosas a la vez), sin que Iglesias pinte nada en esa fiesta.
En Valencia y Zaragoza, los alcaldes Ribó (Compromís) y Santisteve (Zaragoza en Común) han cortado el cordón umbilical con Podemos, que en ambas ciudades presenta una candidatura que será minoritaria y subalterna en una eventual mayoría de izquierdas (corriendo el riesgo de que en alguna de ellas tampoco alcance el umbral del 5% y regale la alcaldía a la derecha).
En Cádiz, la adscripción podemita del actual alcalde es puramente nominal. La relación entre Susana Díaz y Pedro Sánchez es amorosa en comparación con la que el inefable Kichi mantiene con Iglesias. De hecho, es poco probable que el líder de Podemos aparezca por Cádiz durante esta campaña.
En Coruña, Santiago y Ferrol, no solo los alcaldes de las Mareas quieren saber lo menos posible de Podemos, sino que las encuestas sitúan al PSOE como el probable partido más votado de la izquierda: será el sorpaso invertido.
Así pues, el imperio municipal de Podemos se desmorona. En varias de las capitales que conquistaron en 2015, las alcaldías están amenazadas por una mayoría de derechas o por los nacionalistas (Barcelona). En las que consiga retener la izquierda, Podemos estará condenado a servir como mera tropa de apoyo a alcaldes socialistas (Galicia), a exconfluentes divorciados (Madrid, Zaragoza, Valencia) o a disidentes manifiestos (Cádiz). Ninguno de esos posibles alcaldes responderá a la disciplina política del partido de Iglesias, ni siquiera ya para mantener las apariencias.
De todos estos casos, el más dramático para Iglesias será Madrid. En el ayuntamiento de la capital tuvo que retirarse de la carrera, simplemente porque no ha encontrado en su partido a nadie que estuviera dispuesto a competir con Manuela Carmena. Como Sánchez amagó hace meses con ofrecer la candidatura del PSOE a la propia Carmena y después se resignó a presentar un candidato de tercera división, resulta que, objetivamente, la actual alcaldesa se ha convertido en la candidata común de la izquierda en la capital de España. Será ella o la derecha.
En la Comunidad de Madrid, una eventual mayoría de la izquierda estaría liderada por el PSOE. Gabilondo es el único presidente viable de ese bloque, y Podemos tendría que compartir mayoría y gobierno con el odiado Errejón. La única emoción sería saber cuál de los dos quedaría como sargento y cuál como cabo.
En esa circunstancia, no me extrañaría que Iglesias, en la soledad de su alcoba, confíe oscuramente en que se vayan todos juntos a la oposición y evitarse así una dosis masiva de aceite de ricino. Para colmo, en Galapagar hay seis listas y dicen que la suya lucha por salvarse del farolillo rojo.