Javier Tajadura Tejada-El Correo

Catedrático de Derecho Constitucional de la UPV/EHU

  • Si queremos superar la polarización urge reemplazar el sistema de primarias y elegir a los dirigentes por órganos representativos

Después de su designación por el Rey como candidato a la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez aspira a lograr su investidura mediante el respaldo de un grupo heterogéneo y contradictorio de más de 20 formaciones políticas. Conviene subrayar cuáles son las dos obligaciones que asume el candidato por imperativo del artículo 99 de la Constitución: presentar ante el Congreso de los Diputados un programa de gobierno y solicitar la confianza de la Cámara a ese programa y a su persona.

El respeto a las más elementales reglas de la democracia exige que ese programa de gobierno esté basado en el programa electoral con el que el PSOE concurrió a los comicios. El resultado electoral obliga igualmente a buscar acuerdos o compromisos con otras fuerzas políticas para alcanzar una mayoría que le otorgue su confianza. Lo sorprendente -y peligroso- del contexto actual es que esas imprescindibles negociaciones con otros partidos políticos se han centrado en dos reivindicaciones de las fuerzas políticas separatistas (amnistía y autodeterminación) que no tienen encaje en la Constitución.

Parece como si de lo que se tratara es de que Pedro Sánchez alcance la presidencia ‘a cualquier precio’; esto es, aun a costa de la desnaturalización del proyecto ideológico del PSOE y de su abdicación de la condición de partido vertebrador del régimen de 1978. Desde la autoridad que les confiere su amplia trayectoria, esto es algo que han denunciado desde Felipe González y Alfonso Guerra hasta Nicolás Redondo, quien ha sido expulsado del partido por ello. A pesar de estas advertencias, lo cierto es que no existe un debate real en el seno del PSOE sobre el rumbo que ha tomado la formación. Pedro Sánchez tiene el control absoluto del partido y ejerce un poder ilimitado en el mismo. ¿Cómo es esto posible?

La respuesta la encontramos en la organización plebiscitaria del partido, que, siguiendo una preocupante moda, amenaza con convertir a las fuerzas políticas democráticas en instrumentos al servicio de los caudillos de turno. Las denominadas elecciones primarias, en virtud de las cuales son los militantes los que ‘directamente’ eligen al máximo dirigente del partido (secretario general), así como al candidato a la presidencia del Gobierno, debilitan la posición de los órganos representativos (comité federal en el caso del PSOE) y fortalecen la posición de los así elegidos. Estos apelan a su legitimidad democrática directa para imponer una dirección cesarista y autoritaria que prescinde por completo de los órganos deliberativos y representativos.

Estos órganos son los que realmente garantizan que una formación es democrática y reflejan su pluralismo interno. A ellos debería corresponder la elección y, por supuesto, el control permanente de los máximos dirigentes y, en su caso, su cese, si se apartan de la línea ideológica y estratégica del partido. Los debates brillan hoy por su ausencia en estos órganos, que no ejercen ningún control real sobre los dirigentes elegidos en primarias. Se limitan a aclamar al líder ungido por las bases. En definitiva, la desaparición de la intermediación y de los filtros en el procedimiento de elección del líder de un partido no hace a este más democrático sino menos porque provoca inevitablemente el debilitamiento de los órganos de control.

El diputado Óscar Puente, en su réplica al discurso de investidura de Alberto Núñez Feijóo, no pudo ser más claro al respecto. Al afirmar que «este PSOE es de sus militantes y, por consiguiente, del pueblo», estaba identificando al partido con una voluntad única: la de Pedro Sánchez. El pueblo se identifica con su líder como sostienen los defensores de la democracia directa o de la identidad (Carl Schmit). Únicamente esta deriva populista-plebiscitaria puede explicar que el PSOE haya llegado a descalificar a sus referentes históricos más prestigiosos, a asumir hoy posiciones que hasta ayer eran inaceptables y, en última instancia, a anteponer los pactos con fuerzas antisistema a un acuerdo con el PP.

Por ello, si queremos superar la polarización y la grave crisis política que ha provocado, urge democratizar realmente el funcionamiento de los partidos, reemplazando el sistema de primarias por el de elección de los dirigentes a través de órganos representativos y deliberativos. De lo que se trata es de que ningún dirigente partidista -ni en el PSOE ni en ningún partido- pueda decir lo que hoy afirma Sánchez: a mí me han elegido las bases y por ello no tengo que seguir instrucciones ni aceptar recomendaciones de los órganos representativos del partido, ni tampoco de quienes son sus referentes históricos.

De igual forma que Óscar Puente fue sincero al reconocer la deriva populista del PSOE, lo fue después al desvelar que su «réplica» al discurso de Feijóo la había escrito un mes antes. El populismo de un partido conduce inevitablemente a estos comportamientos antiparlamentarios.