IGNACIO CAMACHO – ABC – 01/04/16
· La sobreexposición mediática ha convertido a Podemos en un partido-espectáculo en el que la palabra carece de compromiso.
La palabra de Pablo Iglesias no tiene ningún valor. En el sentido estricto y en el lato. El hombre que irrumpió en la política como un impetuoso tertuliano, de verbosidad vehemente y retórica inagotable, ha vaciado su discurso despojándolo de importancia y de significado para sustituirlo por una sucesión de imágenes y diluirlo en contradicciones y rectificaciones tan continuas que convierten sus asertos en plática irrelevante.
La sobreexposición mediática ha convertido a Podemos en un partido-espectáculo que diseña sus apariciones con técnica escenográfica mientras sus argumentos mudan a la velocidad con que caducan los telediarios. En la política convencional, ahora llamada vieja, eso significaría una inmediata pérdida de credibilidad, pero estos nuevos actores están blindados ante una audiencia hipnotizada que concede inmunidad a unos cambios de criterio de asombrosa ligereza, más cercanos a la simple mentira que al utilitarismo táctico.
Acostumbrado a los pronunciamientos taxativos que exige el lenguaje de las tertulias y de Twitter, Iglesias suministra titulares con una facundia veleidosa sin el menor cuidado en resultar coherente. La volubilidad constituye su método de trabajo. La adhesión incondicional de sus simpatizantes le permite decir sin rubor una cosa y la contraria. Se puede proclamar vicepresidente de un Gobierno que no existe y destituirse a sí mismo sin haber tomado posesión.
Puede proclamar la abolición de la tradicional dialéctica ideológica y acto seguido postular un frente de izquierdas contra la derecha. Puede exaltar el modelo asambleario y participativo de su partido y ejercer un férreo liderazgo centralizado y autoritario. Puede acusar a los socialistas de cargar con cadáveres en cal viva y tenderles su obsequiosa mano. Puede exigir la dimisión de cualquier imputado y mantener a condenados en sus filas. Tiene bula. El principio de la contradicción, que devastaría a cualquier otro dirigente, rebota contra su férrea coraza de pragmatismo leninista.
En el discurso de Podemos sólo importan las imágenes, planificadas con mimo estético e intuición de la oportunidad. Son el centro de su actividad pública. Nacido en la televisión, aunque fundado sobre la oratoria, se ha transformado en un partido icónico, bidimensional: un partido de plasma. Las imágenes son la verdadera plataforma de un designio de poder sobrepuesto a toda consideración de consecuencia. La palabra es sólo material de acompañamiento de la ficción gráfica; cháchara instrumental, vacua, tornadiza, descomprometida.
Por eso su posición sobre los pactos de Gobierno no puede colegirse de ninguna declaración de circunstancia; sólo valdrá la última decisión, el anuncio final, el que se efectúe sobre la campana de la cuenta atrás, en el minuto postrero. Todo lo demás es ocupación de espacios de opinión pública, ruido ambiental, paisaje fotográfico. Postureo.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 01/04/16