IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El sanchismo no se fía de Sumar por su desgarro interno, ni ve en Díaz solidez para encarar un mandato a cara de perro

Desde que Miquel Roca fundó un partido y no se apuntó a él no se había visto en la política española un caso como el de Yolanda Díaz, que lleva dos años al frente de una marca sin existencia orgánica hasta el pasado fin de semana. Más que una suma de fuerzas apenas si ha logrado una amalgama, una mescolanza mal parida y peor organizada, con el agravante de que la mitad de los socios se han ido en este tiempo descolgando de la formación fantasma, obedecen a sus propios intereses y hasta negocian por su cuenta las votaciones parlamentarias. Es lo que sucede cuando se intenta disciplinar a gente tan cimarrona y narcisista como Ada Colau o Pablo Iglesias, capaces de abortar los Presupuestos con una maniobra por sorpresa o de tumbar un decreto del Ministerio que dirige su teórica presidenta. Eso debe de ser lo que Lenin llamó la enfermedad infantil del comunismo, cuya vacuna no parece haber encontrado aún la hueca dirigente gallega.

La única finalidad de esa rara coalición era la de arrimarle a Sánchez los votos de esa izquierda purista que no termina de considerarlo fiable porque lo ve demasiado cerca de los poderes tradicionales. Eso lo consiguió pero sólo a medias, porque una parte de los escaños que antes reunían sus miembros por separado los ganó el PSOE por efecto de trasvase, y los siete que perdió son justos los que han permitido a Puigdemont imponer su chantaje. Eso sí, al país le hizo el servicio de cargarse del todo al clan de Iglesias, aunque ya estaba para el arrastre desde que Ayuso lo dejó fuera de combate. Con todo y con eso, aún tiene dentro de sus caóticas filas a los últimos restos de Podemos, que no le acaban de ver la punta al invento y se dedican con ahínco al sabotaje interno en revancha por haberse quedado fuera del Gobierno. Ni siquiera en Moncloa están contentos; el núcleo duro sanchista no ve a su aliada con el cuajo necesario para aguantar una legislatura a cara de perro.

La vicepresidenta se ha convertido en carne de ´meme´ con esos discursos suyos etéreos, ese tono melifluo y ese cantinfleo empalagoso donde resulta imposible hallar un sintagma con cierto contenido. Incluso sus paisanos de Galicia fueron incapaces de captar las virtudes de su estilo. A las bases del rojerío las desconcierta la retórica de los cuidados, la `matria´ y la ternura del progresismo; quieren enfrentarse a la derecha con el cuchillo entre los dientes, la mandíbula prieta y el gesto agresivo. El problema de Díaz es que Sánchez, con sus muros y sus trincheras, le ha robado el sitio y ha reducido el `submarino´ a un mero complemento decorativo, un apéndice sin mucho sentido por falta de la cohesión imprescindible en un bloque político. La fundación llega tarde: como proyecto de compromiso, Sumar es un oxímoron porque ya está dividido, y como liderazgo alternativo no es más que una sombra enfundada en un vestido vacío.