IGNACIO CAMACHO, ABC – 01/02/15
· Podemos se ha convertido en un partido místico con fuertes dosis de mesianismo. No ofrece programas sino sugestiones.
Impugnan el sistema de la Transición pero cantan canciones de aquella época y esgrimen slogans de hace cuarenta años. Es decir, que lo que reclaman es «su» propia Transición, el protagonismo histórico que sienten enajenado por las rutinas y los fracasos de la política. Sólo que le quieren dar un final distinto: la ruptura. Para muchos ciudadanos encandilados con la prédica adanista de los nuevos tribunos, la estabilidad de los consensos constitucionales ha dejado de ser un valor porque la asocian al actual colapso de las instituciones.
Podemos se ha convertido en un partido místico con fuertes dosis de mesianismo. No ofrece programas sino sugestiones. El lenguaje de Pablo Iglesias está lleno de retórica tan idealista como abstracta: sueños, cambio, etcétera. Ayer, en la manifestación de Madrid, incluso se identificó con el Quijote. Su populismo de manual –en el sentido literal del término: está basado en los manuales de Laclau– ha adquirido un decidido tono redentorista que prende en sectores sociales hastiados del convencionalismo político. Por eso resultan estériles los debates sobre sus cambiantes propuestas: su éxito no surge de lo que propone sino de lo que rechaza.
Bajo ese fenómeno de conexión emocional, construido con eficaces técnicas de propaganda en las redes sociales, hay un proyecto con base ideológica radical que sus dirigentes disimulan en las vagas proclamas de transversalidad, otra clásica constante populista. Es un partido de izquierda que disputa los votos a la izquierda. Su origen es tardocomunista, sus fuentes de aprendizaje son bolivarianas y su estrategia constituye una versión actualizada del leninismo, una adaptación posmoderna del asalto revolucionario al poder. Su hiperliderazgo alcanza ya caracteres de culto a la personalidad. Pero ha logrado subirse a una ola de comunión emotiva, casi hipnótica, con millones de partidarios blindados a las críticas, impermeables a las evidencias, auto convencidos de que necesitan un revulsivo moral. Es muy difícil combatir eso porque los demás partidos, hundidos en el descrédito, sólo pueden ofrecer soluciones pragmáticas. Y el podemismo es un estado de ánimo, una sacudida colectiva de iluminación ensimismada.
Podemos se presenta como el fruto de un rearme social pero en realidad se trata del resultado de una crisis de ciudadanía. La utopía revolucionaria, la demagogia de masas y el populismo mesiánico suponen un salto atrás del Estado moderno y sólo se abren paso a partir de un severo descalabro de la cohesión democrática. El empobrecimiento de las clases medias las ha sumergido en una depresión cívica. La banalización de la política, su conversión en espectáculo, ha terminado alumbrando un partido de telepredicadores. Y la ausencia de un discurso público intelectualmente sólido está empujando a una parte de la sociedad hacia la fe en los curanderos.
IGNACIO CAMACHO, ABC – 01/02/15