EL MUNDO 20/02/14
VICTORIA PREGO
No le demos más vueltas y aceptemos la verdad. Las primarias en el PSOE son sólo una apariencia muy pintona, que dan un aire democrático de lo más renovador y que permiten afear a los demás partidos su falta de democracia interna. Pero nunca han funcionado regularmente. En definitiva, que no sirven para nada porque se las saltan a la torera cada vez que a la dirección le parece conveniente.
Esto es así desde el malhadado intento de Joaquín Almunia, allá por el año 1998, con el que el entonces secretario general pretendió legitimar su cargo sometiendolo a la opinión de la militancia. Compitió con Josep Borrell y perdió. Pero eso no fue obstáculo para que la dirección defenestrara a continuación a Borrell haciéndole previamente la vida imposible e involucrándole luego en un asunto turbio de unos amigos, asunto con el que él no tenía nada que ver. Así empezaron las primarias en el PSOE.
Tampoco se ha librado Pedro Sánchez de las pinzas destructoras del designio superior del partido porque ha estado a punto, y aún lo está, de ser descabalgado de la candidatura a la Presidencia del Gobierno a la que él aspira a presentarse. Es decir, que a las primarias no se presenta quien quiere sino aquel a quien se lo permiten. Y aún así, puede que una vez obtenido el permiso y lograda la designación, las pinzas del designio superior del partido le den un puntapié en el trasero al candidato y, con las mismas, pongan a otro que conviene más aunque no se haya presentado a nada y no sea siquiera militante del PSOE.
Con este currículum, es tontería seguir sacando pecho y andar presumiendo de democracia interna. Porque no es verdad. Para que los partidos tuvieran de verdad un funcionamiento transparente y controlado por las bases tendrían que modificarse las leyes y sobre todo las costumbres, cosa que en absoluto ha sucedido en el seno del Partido Socialista. Tampoco en el PP, pero éstos por lo menos no exhiben adornos de los que carecen.
Dicho esto, Ángel Gabilondo es una opción electoral infinitamente mejor que la que ofrecía Tomás Gómez, quien llevó a cabo mil y una triquiñuelas para conseguir ser el único candidato a las primarias de Madrid. Lo logró y, en consecuencia, no hubo votación. Pero tampoco hubo protestas masivas. La militancia se conformó con Gómez y estuvo dispuesta a acudir con él al matadero electoral.
Ahora les han cambiado al candidato y han puesto a Gabilondo, al que los militantes están apoyando también mayoritariamente en este sucedáneo de consulta que ha organizado el partido y al que le han colgado inmediatamente el pomposo adjetivo sin el que no osan dar ni un solo paso: democrático. Bien está. Pero es hora de que vayan abandonando esa pretensión de exhibirse como un modelo de democracia interna. Porque, de eso, nada de nada.