EL CORREO 16/06/14
TONIA ETXARRI
· El problema del PSOE es un «intangible» que se llama credibilidad. Y eso no se resuelve con un cambio de cara
Debilitados por las diferencias internas y desnortados por la falta de un programa claro que consiga motivar a sus seguidores para recuperar el centro izquierda, los socialistas han empezado a ver desfilar a los aspirantes a suceder a Rubalcaba con escaso entusiasmo después del último varapalo electoral en los comicios europeos. A diferencia del último congreso de Sevilla, ahora no hay barón que se precie ni dirigente que se exhiba para enseñar sus cartas y mostrar sus preferencias. Los dirigentes les han cogido miedo a las bases. Porque ven que las bases están ya cuestionando la disciplina y no aceptan las jerarquías. Y no quieren volver a equivocarse. En esta batalla interna de consecuencias directas en el equilibrio político de todo el país, no fueron pocos los mandatarios que apostaron porque se presentara candidata a dirigir el PSOE Susana Díaz y ella hoy se ha quedado en la reserva.
Casi los mismos que presionaron al vizcaíno Eduardo Madina a que diera un paso atrás por considerar que no representa un liderazgo de cohesión y, sin embargo, ahí está. Dispuesto a hacer el «paseíllo» junto con Pedro Sánchez. Así es que las claves de la carrera se mantienen en un plano discreto y reservón, para evitar volver a cometer fallos. Sin darse cuenta de que el principal error que pueden cometer los que aspiran a dirigir el PSOE en la etapa ‘posrubalcabiana’ es encelarse en el método (quiénes eligen al nuevo secretario general) sin ir al nudo gordiano. Su proyecto.
Porque el problema de la familia socialista es intangible: se llama credibilidad. Después de la etapa de los gobiernos de Zapatero y de los dos últimos años de oposición en los que no han sido capaces de atraer a la gente ni siquiera con la baza de la corrupción en el ‘caso Bárcenas’, los aspirantes a coger el timón socialista deberían estar preguntándose en qué están fallando. Por qué la fuga de votantes sigue produciéndose en cada cita electoral. Y eso no se resuelve con un cambio de cara, un titular o una idea genial que pase por un «schok de modernidad». Son de izquierdas. Republicanos, pero leales a la Monarquía constitucional.
Después de la errónea campaña electoral de Elena Valenciano sabemos poco más que su oposición a la reforma de la ley del aborto del ministro Gallardón. De Eduardo Madina, con sus años en la ejecutiva y en el escaño del Congreso, se dice que tiene «tirón» entre las bases. Pero no se las trabaja mucho. Hizo su presentación el sábado y descansó ayer. Quizás es que necesita más del asesoramiento de expertos económicos que del contacto con la militancia porque es más conocido que su opositor, Pedro Sánchez. Su propuesta, ideada conjuntamente con Rubalcaba de elegir al secretario general a través del voto directo de todos los afiliados, ha desconcertado a muchos más de los que lo reconocen. Se sabe que es republicano porque quiso definirse así días antes de la votación sobre la ley orgánica de abdicación del Rey. Pero se desconoce en qué va a consistir su «reforma de calado».
Susana Díaz invitó a comer a Patxi López. Pero con Madina intercambió, tan sólo, una conversación telefónica, que no hizo ella, sino el aspirante vizcaíno. Su ocurrencia ‘pop’ del «shock de modernidad» no le gustó a la líder andaluza, preocupada por la falta de un proyecto socialista coherente, sólido y propio. Sin necesidad de ser «anti» PP, como ha venido ocurriendo en los últimos tiempos. Casi nadie se pronuncia, de momento, entre los dos aspirantes en liza. Pero la ausencia de Patxi López y de los secretarios generales de Gipuzkoa y Álava en su primer acto de presentación en Bilbao dan que pensar que no está siendo profeta en su tierra. De momento.
Pedro Sánchez es menos conocido. Por eso lleva meses echándose la mochila a la espalda para recorrer el país y hablar con la gente. Quiere fusionar la ley de financiación y la de partidos. Que los cargos imputados dimitan. Medidas contra la corrupción. Y lo que es más importante para él: cuenta con el apoyo de la militancia andaluza, que supone un 23% de toda la del PSOE y que podría neutralizar la gran actividad que han adoptado los seguidores de Madina en las redes sociales.
Estamos, de todas formas, en el asalto de tanteo. La carrera no ha hecho más que comenzar. La familia socialista está viviendo una convulsión con la sacudida añadida del vacío de poder en Cataluña, en donde el dimisionario Pere Navarro acaba de reconocer que el independentismo ha sido la causa que ha desencadenado la hecatombe. El problema de los socialistas es tan profundo que, con un cambio de cara y de método de elección de sus dirigentes, tan sólo se quedarán en la primera capa de la epidermis de su enfermedad. Para llegar hasta el núcleo, el de la credibilidad, tienen que atreverse a reconocer lo mal que lo han hecho. A estas alturas no pueden volver a engañarse, como en la conferencia de noviembre del año pasado, diciendo que «el PSOE ha vuelto» (Rubalcaba dixit). O que la izquierda construye mientras la derecha destruye. El primer ministro francés, el socialista Manuel Valls, acaba de lanzar un aviso, alertando que la izquierda en su país está tan débil que «puede morir». Quizá los nuevos dirigentes del PSOE tengan que pasar por un baño de realidad similar.