Santiago González, EL MUNDO, 7/5/12
No digo yo que en una orgía no se puedan encontrar virtuosos compañeros de cama, pero la probabilidad desciende en el mundo de los negocios. Hay un momento en que el código de silencio se resquebraja y rige la ley del sálvese quien pueda.
Diego Torres había enseñado la puntita nada más: los tres correos que su socio le había enviado y que demostrarían la participación del Rey en los negocios de su yerno. En rigor, no puede decirse que esos correos demostrasen nada. Todo el montaje de Urdangarin consistía en dar a entender que establecer negocios con él suponía rendir un servicio a la Corona. El yerno augusto pudo dar noticia falsa de una hipotética complicidad de su más augusto suegro con el fin de aumentar su prestigio ante su socio y ante terceros, ganar en credibilidad sobre su influencia, presumir y dar que hablar, etcétera.
Es muy notable que de todas las empresas e instituciones implicadas en la estafa de Iñaki Urdangarin, ni una sola se ha personado como acusación particular, como si sus directivos y responsables no estuvieran obligados a velar por el dinero, privado o público, que Urdangarin y su socio les habían levantado, cobrando millonadas por informes que copiaban del Rincón del vago o páginas análogas de Internet.
Ni un solo damnificado protestó, lo que viene a demostrar que España es un patio de Monipodio tan particular como el legendario patio de mi casa. Siempre ha sido así. En 1990 se produjo el escándalo del despacho que Juan Guerra ocupaba en la Delegación del Gobierno en Sevilla, para hablar de sus cosas con sus visitantes. El problema no era tanto si Alfonso Guerra estaba enterado o no de las andanzas de su hermano, sino esos valores entendidos que llevan al delegado del Gobierno a expulsarlo inmediatamente y a elevar enérgica protesta al vicepresidente del Gobierno.
No hay complicidades honorables. El socio Torres chantajea a Urdangarin, a quien pedía 30 millones, el pago de sus gastos de defensa y la indemnización a la que tuviera que hacer frente, llegado el caso. De otro modo dará a conocer los 200 correos que guarda del dique de Palma. En el regateo parece que el precio ha bajado hasta los 10 millones y los gastos.
Los términos de la transacción en el lenguaje del hampa son casi siempre ofensivos para una sensibilidad mediana. La economía de trueque siempre ha sido liberalismo salvaje, no les digo cuando el trato baja a las clases populares.
Recuerden aquellos tratos de la efímera esposa del abogado Emilio Rodríguez Menéndez, Laura Fernández, con el sicario a quien había encargado el asesinato de su marido. Si obsceno era el encargo, forzosamente habían de serlo los términos del acuerdo: un crimen contra «50 millones de pesetas, un reloj Cartier y un polvo». En fin.
Santiago González, EL MUNDO, 7/5/12