La fragmentación de la unidad constitucional de un Estado democrático introduce un factor de inestabilidad que puede repercutir muy negativamente sobre el conjunto de la Unión Europea. La trágica experiencia balcánica de finales del siglo pasado fue una lección a aprender por todos. En una Europa unida en paz y libertad, la tranquilidad del patio vecino es también la del propio.
El ministro francés del Interior ha sido distinguido por el Gobierno español con la Gran Cruz de Carlos III, la condecoración de más alto rango que se puede dar a un civil en nuestro país. Este reconocimiento es justo y oportuno porque la colaboración de las autoridades galas ha sido y está siendo decisiva en la lucha contra el terrorismo etarra. Lejos quedan las épocas en que Giscard d Estaing, entonces presidente de la República, demostraba una olímpica indiferencia ante la serie interminable de asesinatos de compatriotas nuestros de toda clase y condición que la banda cometió con inusitada saña a finales de los setenta y principios de los ochenta. El espectáculo ominoso de los verdugos de tantas víctimas inocentes tomando tranquilamente un pastis al sol en las terrazas de los bares de San Juan de Luz hoy sería simplemente impensable y gracias a personas responsables, decididas y valientes como Nicolás Sarkozy la operatividad de ETA se ha visto seriamente dañada. No es lo mismo para los sacudidores del árbol disfrutar de un cómodo santuario a pocos kilómetros del lugar de sus fechorías que verse obligados a cambiar continuamente de guarida bajo el acoso implacable de la gendarmería y demás cuerpos de seguridad. Otros avances extraordinarios en el ámbito de la lucha contra la plaga terrorista han sido la euro-orden de busca y captura y el reconocimiento automático de resoluciones judiciales.
Pero además de estas medidas en los campos policial y legislativo no podemos olvidar que también en el terreno político es posible e incluso necesario cambiar determinadas actitudes o introducir nuevos enfoques. En una entrevista publicada anteayer en España, el galardonado Sarkozy, al ser requerida su opinión respecto del Plan Ibarretxe, rehusa contestar por tratarse, dice, de un asunto interno de otro Estado, al igual que tampoco resultaría correcto, abunda, que Ángel Acebes se pronunciase sobre el problema del separatismo corso. Aunque, en principio, semejante prudencia parece encomiable, si se analiza la cuestión un poco más a fondo, esta exhibición de no injerencia se revela inconsistente. No es casualidad que el proyecto de Constitución Europea haya suprimido de su articulado la expresión «pueblos» y haya pasado a definir la Unión como de «Estados y ciudadanos», como tampoco es cosa menor que consagre la intangibilidad de las fronteras de sus integrantes.
La fragmentación de la unidad constitucional de un Estado democrático, aunque no se pretenda directamente por la vía violenta, introduce un factor de inestabilidad y de conflicto potencial que a la larga puede repercutir muy negativamente sobre el conjunto de la Unión. La trágica experiencia balcánica de finales del siglo pasado fue una lección a aprender por todos. En una Europa unida en paz y libertad, la tranquilidad del patio vecino es también la del propio.
Aleix Vidal-Quadras, LA RAZON, 23/1/2004