ABC 05/06/17
IGNACIO CAMACHO
· En un país invadido por el populismo no hay certezas sobre la solidez moral de la población ante un shock de pánico
BUSCABAN un bataclán, por el impacto, y un 11-M por las consecuencias. El último ataque islamista en Londres trataba de repetir el pánico callejero de París o Niza al dirigirse en pleno fin de semana contra los transeúntes de zonas de paseo y terrazas concurridas. Pero a cinco días de las elecciones, el atentado sugiere también la voluntad de intervenir en ellas, sea para influir en el resultado o para interrumpirlas. Lo segundo parece claro que no lo conseguirán los terroristas. Lo primero está por ver, en función del impacto que acuse una opinión pública asustada y confundida.
En condiciones normales, los ciudadanos suelen reaccionar a la agresión terrorista cerrando filas con sus gobiernos. Sólo en España sucedió al revés en 2004, cuando las bombas de Atocha provocaron el efecto inverso. La respuesta de Theresa May, cuya declinante campaña ha entrado en barrena, sugiere la búsqueda de resortes de reagrupación emocional –incluida la promesa de menor tolerancia con el extremismo– en torno a su liderazgo maltrecho. La primera ministra se sabe amenazada por las críticas a una seguridad cuyos servicios de inteligencia dan muestras de desconcierto; en un país donde el populismo ha invadido toda la escena política desde el Brexit, nadie tiene certezas sobre la solidez moral de la población ante una sacudida colectiva de miedo.
En ese sentido, y a falta de vigor churchilliano en la desvanecida clase política inglesa, existe una posibilidad real de que el terror zarandee a la comunidad provocándole estragos de conciencia. Gran Bretaña es una de las naciones que ha acudido a luchar contra Daesh, en Siria y en Libia, con mayor despliegue de fuerza, y esa decisión está siendo cuestionada en los últimos tiempos por la izquierda. Tras las bombas de Mánchester, el laborista Corbyn abrazó la idea del remordimiento culpable por hostigar al islamismo en su tierra. De ahí al patrón 11-M, a la petición de retirada para que el enemigo ataque en otra parte, no hay ni media carrera. Y pueden existir en el Reino Unido muchos votantes atemorizados que bajo el estado de shock sientan la tentación de recorrerla.
Del lado en que caiga el jueves la moneda electoral depende en buena medida la cohesión occidental ante la barbarie integrista: rendición o resistencia. No es May, atacada de proclividad populista y eurófoba, una dirigente esperanzadora; pero tal vez sea el mal menor ante un reto que a todos nos toca de cerca. Porque, aunque se vaya de la UE, Inglaterra no va a dejar de ser europea. Porque Londres es una ciudad familiar que forma parte de nuestra geografía cultural y sentimental, de nuestra memoria y de nuestra conciencia. Y porque aunque en la sociedad británica haya calado una suicida prédica de insolidaridad aislacionista, sus víctimas son nuestras víctimas y estamos juntos, nos guste o no, en el mismo bando de esta guerra.