«La izquierda y el woke son absolutamente opuestos». A lo largo de todos estos años los partidos de izquierdas y sus votantes se han sumergido con entusiasmo en la ola woke, pero ahora la filósofa Susan Neiman nos aclara que la izquierda no está allí, sino en la penúltima racionalización exculpatoria que nos proporciona ella misma.
Porque el woke es, en realidad, «una escisión entre emociones de izquierdas y pensamientos muy de derecha». Las emociones (como «ponerse siempre del lado de los oprimidos») son buenas y por eso son de izquierdas, pero de algún modo se han visto contaminadas por pensamientos de derecha y eso ha llevado al desastre.
En todo caso, la idea platónica de la izquierda queda una vez más exculpada de la destrucción ocasionada por su aplicación en el grosero mundo real.
«Luchamos por justicia, no sólo por poder (…) La lucha por la justicia es de izquierda» dice Neiman desde las alturas de la Filosofía, inmune por tanto al choteo que produce entre los mortales. Y también afirma que «el woke es tribal y la izquierda es universal… es una diferencia enorme».
En 2018 asistí en el Círculo de Bellas Artes a la presentación del libro de Mark Lilla El regreso liberal: más allá de la política de la identidad. Lilla era de los pocos intelectuales de izquierda que denunciaba el grave peligro de unas políticas identitarias que estaban arrasando principios liberales como la ciudadanía universal y la igualdad.
¿Dónde estaba Susan Neiman en esos momentos? Teniendo en cuenta que incluso ahora continúa defendiendo que, aunque se ha avanzado mucho, las mujeres norteamericanas siguen viviendo en el patriarcado, y los negros incluso en la esclavitud, es legítimo sospechar que no estaba alzando su voz junto a Lilla.
En resumen, la izquierda son las emociones buenas y la derecha las malas ideas. La pretensión antitribal choca con esta división entre izquierda y derecha que ella misma propone, a lo largo de toda la entrevista, desde el más inflamable de los criterios tribales, el moral.
El caso es que el woke ha puesto claramente de manifiesto que la izquierda atrae a una parte significativa de todos aquellos que buscan lo que en inglés se llama «señalización de virtud», y aquí se ha traducido como «postureo moral».
Son todos aquellos que buscan las causas investidas de prestigio moral para, con el fin exhibir su virtud ante ellos mismos y ante la tribu, adherirse ruidosamente a ellas.
Durante el siglo XX la izquierda ha gozado de ese fondo de comercio de superioridad moral que anteriormente era monopolio de la religión, y en el siglo XXI el woke ha añadido la histeria y la agresividad.
«Ser capaz de destruir con buena conciencia, ser capaz de comportarse mal y llamar a tu mala conducta justa indignación, esto es el colmo del lujo psicológico, el más delicioso de los placeres morales», decía Aldous Huxley.
Esto es lo que el woke ha proporcionado a las turbas de inquisidores que ahora no se suben a podios religiosos sino ideológicos. Y ahora la hipocresía más descarada y ridícula no se encuentra en los católicos del Plácido de Berlanga, sino en los muy izquierdistas Íñigo Errejón e Irene Montero. Es curioso que, siendo filósofa, Neiman no haya reparado en esta utilidad del woke para desenmascarar el exhibicionismo moral.
En fin, esta historia es bien conocida: la izquierda siempre tiene buena intención, no se equivoca y los malos resultados no son imputables a ella. Stalin no era en realidad de izquierdas, ETA tampoco, y resulta que el woke (ahora se empieza a entender que es un movimiento antiilustrado, cerril, y destructivo) es culpa de la derecha.
Decía el otro día Pedro Sánchez que la izquierda siempre está en el lado correcto de la historia, y tenía razón: basta con controlar la Historia. Y la Filosofía.