- Nos acercamos al nuevo espectáculo que prepara el líder del PSOE para esconder sus vergüenzas
El trampantojo electoral de Sánchez siempre ha sido el mismo: cada vez que pierde, se compra una suma aritmética a cambio de vender España, juntando para la ocasión a todos los clanes del extrarradio moral, geográfico y político. Y a esa criatura, bautizada como Frankenstein por Rubalcaba, la llama «mayoría social o de progreso».
Que no es ni mayoría ni social ni de progreso lo sabe hasta un niño de cinco años, aunque lo esconda con todas sus fuerzas la misma tropa que cada mañana sale a la caza del ultraderechista, ese enemigo imaginario imprescindible para intentar adecentar la función, siempre en vano: a esa mitología se apela, sin embargo, para tapar el hedor de una alianza espuria, sustentada en el negocio sucio y no en el acuerdo constructivo.
El engendro sanchista es una coalición de la extrema izquierda real, la chavista de la nueva Podemos y la populista del PSOE, con su homóloga separatista y su némesis derechista, en un cuadro pintado con brochazos de filoterrorismo, xenofobia y guerracivilismo impropio de la España reconciliada, positiva y pujante del 78.
Que algo sea legal no lo hace legítimo, y el fraude moral de Sánchez es germinal e imprescindible para entender su trayectoria, sustentada en un cóctel infame de concesiones, chantajes, pactos mafiosos y apaños que básicamente traicionan el espíritu de unas elecciones y aspiran a hacer inviable la alternativa, echando gasolina a un fuego que mantiene siempre prendido.
Pero si algo enseña la historia de las mafias es que las treguas y los acuerdos son por definición temporales, y que siempre saltan por los aires cuando las ganancias escasean. Sánchez necesita contentar a la vez a dos partidos catalanes y dos vascos enfrentados entre sí, para a continuación cuadrar el círculo dando satisfacción a las siglas cantonalistas de las periferias y a la izquierda neopodemita que se está quedando sin espacio al quedar ocupado por un PSOE de trinchera y bayoneta que no hace rehenes.
Por mucho que lo intente, no se puede contentar a la vez a Otegi y a Ortuzar y a Junqueras y a Puigdemont, y además a los Díaz, Baldoví, García, Colau, Errejón y otras hierbas del montón, con dietas distintas y tractos intestinales opuestos, aunque al final de sus barrigas salgan parecidos detritos.
España tiene prorrogados los Presupuestos Generales del Estado y todo indica que el Gobierno tendrá que prorrogarlos de nuevo, salvo que Sánchez encuentre la manera de abonar todos los impuestos revolucionarios que le han girado sus socios, incompatibles entre ellos y destructivos para un proyecto común elemental.
Un presidente con más autos judiciales en marcha que leyes aprobadas, con menos capacidad de maniobra que un ratón en una guarida de gatos y con más deudas que un ludópata en Las Vegas solo tiene dos salidas: convocar elecciones, un gesto decente pero incompatible con el personaje, o añadir más leña al fuego, esperando que el humo esconda otro poco al autor material del incendio.