ABC 29/03/17
EDITORIAL
GRAN Bretaña cometerá hoy el mayor error de su historia reciente, cuando ponga en marcha el mecanismo previsto en el Artículo 50 del Tratado de Lisboa para emprender el camino de salida de la UE. Empezará una negociación inédita que, en lugar de concertar la supresión de barreras al comercio y la circulación de personas, consiste en levantarlas de nuevo. La primera ministra, Theresa May, ha prometido a los británicos una nueva «patria global», cuando en realidad lo único que obtendrá para su país tras activar el Brexit será un minúsculo papel en un mundo globalizado, en el que los actores pequeños son cada vez más irrelevantes.
No es de extrañar que este vuelco haya producido una profunda división en Gran Bretaña, tanto desde el punto de vista social como territorial. El gesto del Parlamento escocés, que ayer oficializó su reclamación de un nuevo referéndum de autodeterminación, es un efecto colateral de la división causada por la desacertada decisión de salir de la UE. Uno y otro proceso ponen de manifiesto lo complicado que, en un mundo plagado de interacciones, resulta separar a personas y territorios que han estado unidos durante siglos. Es ilusorio pensar que salir de la UE es una cosa sencilla, que convertir a Escocia en un país independiente del resto de Gran Bretaña e ingresar luego en la UE sería pan comido o que el Brexit no tendrá efectos sobre el delicado proceso de paz en Irlanda del Norte. Este es el resultado de jugar de forma irresponsable con los fundamentos esenciales de las sociedades modernas, a base de consultas insensatas, opiniones egoístas y argumentos falaces, base de la demagogia populista y el nacionalismo retrógrado.