José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Se puede prescindir de Iglesias pero no de Podemos a través de la decisiva voz de Montero. Los morados precipitan así la sucesión prevista en el liderazgo de la organización
Demasiado obvio, demasiado explícito, demasiado bronco. Un Sánchez que el lunes se midió en la cadena ‘SER’, se descontroló, sin embargo, el jueves en ‘La Sexta’ con un reduccionismo inaceptablemente simple: el problema es Pablo Iglesias. La realidad es otra: el presidente en funciones sabe a la perfección que el líder de Unidas Podemos es solo la expresión – quizás la peor pero solo la expresión – de un partido político en quiebra técnica a cuya dirección no responden ni las bases – véase la consulta con la militancia escasa en sufragios y dividida en criterio – ni los mandos territoriales, como se acaba de acreditar en La Rioja y antes en Andalucía y Madrid. Se trata de una organización desvencijada que ha perdido la mitad de sus efectivos en el Congreso de los Diputados (de 71 a 42 escaños), que ha roto con sus confluencias más poderosas y que se ha dejado en su crisis de cohesión más del 80% de su poder territorial, local y autonómico.
Sánchez sabe – y lo sabe bien – que cuando en junio de 2018 Unidas Podemos le respaldó en la moción de censura ya consideraba a los presos catalanes como «políticos», que propugnaba un proceso constituyente para consagrar la plurinacionalidad de España, que había recurrido ante el Constitucional las medidas adoptadas en Cataluña al amparo del artículo 155 y que su franquicia en Barcelona secundaba la retahíla simbólica subversiva de Quim Torra. Y durante los meses de su «gobierno bonito», contempló impasible cómo Pablo Iglesias visitaba a Oriol Junqueras en la cárcel para despachar sus Presupuestos y mantenía cordiales conversaciones telefónicas con Carles Puigdemont.
Sánchez ha ido jugando bien sus cartas con una estrategia sofisticada hasta el pasado lunes
En una operación relámpago pretender quebrar al único (e indómito) socio de legislatura que tenía a mano mediante la técnica de rechazar a su líder, tenía sentido en tanto en cuanto los argumentos hubiesen sido más sutiles, el rechazo más elíptico y la prevención a su aventurismo verbalizada por Moncloa desde el 29 de abril pasado. Unidas Podemos y Pablo Iglesias no son distintos ahora que hace tres meses o un año. Ni siquiera son diferentes al partido y al dirigente que le reclamaron el oro y el moro en la frustrada investidura de marzo de 2016, apoyada por Ciudadanos. Se puede prescindir de Pablo Iglesias – y ya lo ha conseguido – pero no de Podemos aunque sea a través de la femenina pero decisiva voz de Irene Montero. Así el secretario general del PSOE ha precipitado la sucesión en UP que ya estaba prevista. Ella por él.
Iglesias ayer tomó la palabra a los socialistas, se aparta del pugilato pero reclama la facultad de proponer a los eventuales ministros morados
Cambiar a Irene por Pablo es una operación política tan inconsecuente como excéntrica sobre todo cuando el problema no es el uno ni la otra, sino ambos y, por extensión, una fuerza política a la que desde el primer momento Sánchez debió situar – como intentó hacerlo al principio – fuera del Consejo de Ministros por las razones que el propio presidente en funciones esgrimió en sus iniciales argumentarios. Ahora ya es tarde, recurrir a elecciones el 10 de noviembre sería desastroso para la izquierda (¿qué ofrecerían al electorado, un fracaso histórico?) y no queda otra que una coalición en vez de una cooperación gubernamental.
Pedro Sánchez tiene posibilidades de ser investido y asumir la presidencia del Gobierno pero tendrá que manejarse, inevitablemente, con una coalición sea de perfil alto (Irene Montero ‘et alii’) o técnico (Yolanda García, Nacho Álvarez). Lo seguro en cualquier caso es que su ofensiva contra Iglesias – ejecutada con tanta tosquedad – se ha entendido en Podemos como el bombardeo de Dresde. Sánchez vivirá, seguramente, la gloria de la investidura, pero padecerá el infierno de la legislatura. En la que Iglesias y sus huestes se tomarán cumplida venganza. Los comunistas, y los dirigentes de UP lo son al modo en que hoy se puede mantener esa etiqueta ideológica, se caracterizan históricamente por disponer de una memoria paquidérmica para el agravio.