RUBÉN AMÓN-EL CONFIDENCIAL
- El líder republicano y actual presidente de EEUU acusa de fraude a los demócratas y provoca una crisis institucional de consecuencias imprevisibles
Joe Biden… no ha perdido las elecciones. No quiere decir que las haya ganado, pero la fórmula ambigua del discurso preventivo que ofició a las 6,40 de este miércoles -“tengamos fe en la victoria”- pretendía confortar a sus votantes y acaso provocar la feroz iracundia de Trump.
Había guardado un extraño silencio el presidente titular. Al menos hasta que la insólita aparición de Biden le hizo regurgitar el relato del atraco demócrata. Donald Trump se proclamaba ganador rodeado de banderas al tiempo que cuestionaba el voto por correo. Nada grave si no fuera porque han recurrido a la fórmula postal 65 millones de habitantes. Y porque resulta impropio de una democracia ejemplar que el propio presidente propague la hipótesis de un pucherazo.
Se trata del peor escenario imaginable, no ya por el sabotaje de Trump a la línea medular del sistema y por el conflicto de legitimidades que implican las dudas al proceso electoral, sino porque reclama la intervención de los tribunales -el Supremo- para detener el recuento en las circunscripciones que le son menos favorables o resultan más apretadas. Trump se ha proclamado a sí mismo presidente de Estados Unidos, predisponiendo una incertidumbre que puede prolongarse horas, días, semanas y hasta meses. El único límite es el 20 de enero, cuando se formaliza la renovación del mandato o cuando se solemniza el eventual traspaso de poderes.
Sobreactuaba Trump con sus modales victimistas y desgraciados. Y no se concedía una sonrisa ni un momento de euforia, precisamente para enfatizar el delirio de un recuento amañado. El presidente de EEUU acusaba de fraude electoral a su adversario. Y consolidaba sobre la tarima las líneas maestras de su campaña, o sea, la urdidumbre de una conspiración postal.
No tenía necesidad Trump de proponerse tan lejos. Porque seguía siendo el favorito. Porque había derrotado a las encuestas. Y porque había aglutinado una corpulenta masa electoral cuya revalida desconcierta del antitrumpismo. De hecho, la masiva participación de los americanos demostraba un entusiasmo hacia los comicios que el propio Trump ha frustrado con los clichés de las repúblicas bananeras. No tenía necesidad Trump de proponerse más lejos… si no fuera porque es Donald Trump. Y porque su comparecencia incendiaria redunda en las líneas maestras de la campaña. Se veía venir que iban a robarle la cartera. Y ha sucedido, les dice Trump a sus votantes después de haberlos masajeado con la paranoia del pucherazo azul.
Se diría que Donald Trump quiere parar el partido antes de que Biden pueda darle la vuelta al marcador. Su pronunciamiento se produjo cuando todavía se ignoraba el desenlace electoral de una decena de estados. Empezando por los más apretados del mapa. Se le podrá reprochar a Biden la decisión de anticipar un discurso posibilista y especulativo, pero no es lo mismo confortar a los votantes demócratas que cuestionar al sistema nuclearmente. Trump lo hizo con un tuit (“Están tratando de robarnos las elecciones, pero no se lo permitiremos. No se puede contar los votos después del cierre de las urnas”). Y Twitter matizó que la conclusión del titular de la cuenta -o sea, Trump- podría ser engañoso. Fake news, para entendernos.
Es legítimo impugnar los votos en función de las anomalías. Ha sucedido en otros comicios. Y puede ocurrir en estos. El salto cualitativo de Trump consiste en haber dudado del proceso electoral en sí mismo. Es la manera de considerar a Biden un presidente ilegítimo, si es que gana. Pero las mismas dudas le convertirían a él en un ganador igualmente sospechoso.