FERNANDO VALLESPÍN-El País

  • Dado que nuestro bibloquismo veta todo entendimiento transversal, la señal que se emite con las discrepancias es que votar socialista lleva aparejado seguir acarreando la mochila de Podemos

Para quienes tenemos que estar pendientes de la actualidad nacional, lo más difícil es poder desentrañar en qué fijarse detrás de la continua exhibición de conflictos que todo lo inunda. Y como estos abundan, uno no sabe ya si forman parte de las convenciones naturales del discurso político o esconden algún material digno de ser analizado. Me refiero ahora a las desavenencias públicas entre los dos partidos de la coalición en torno a la llamada ley del sólo sí es sí y su reforma, que tanto solivianta las relaciones entre la parte mayoritaria del Gobierno y sus coaligados.

No es la primera vez que ocurre y, por tanto, poco debería extrañarnos. Las divergencias entre unos y otros han sido una constante a lo largo de la legislatura. Lo excepcional esta vez es el timing, a las puertas del ciclo electoral. Esto condiciona también el porqué de cada una de las posiciones. A Sánchez no le quedaba otra que atajar la hemorragia de la revisión de las penas por delitos sexuales, con su reguero de delincuentes saliendo de las cárceles. Ha podido ceder en la ley trans o en otras cuestiones, pero ahora sería suicida no reaccionar. Lo que no se entiende bien es por qué Unidas Podemos sigue perseverando en su actitud de oponerse a la reforma. Lo menos dañino para este partido sería reconocer el error; nadie duda de que las intenciones que impulsaron la ley responden a la particular visión de Podemos de protección de las mujeres; se reconoce el fallo jurídico-formal y a otra cosa.

Lo más posible, sin embargo, es que esto no vaya de concepciones del feminismo, sino de luchas de poder, de algo bien masculino, marcar el territorio. Tanto frente al PSOE, al que aparta simbólicamente de la posición más radical sobre el asunto y le empuja a tener que entenderse con el PP para aprobar la reforma, como, sobre todo, frente al propio proyecto de Yolanda Díaz. Esta exhibición de fuerza coincide con el momento en el que debe concretarse el proyecto y las listas de Sumar. Transmite el mensaje de algo así como “sin nosotros no eres nada”. Todo un órdago, porque descabalga la intención de la política gallega por crear un partido de orden a la izquierda del PSOE y con perfil propio. Y la arrastra a tener que aceptar posiciones más belicosas en consonancia con la indudable sintonía de los de Iglesias y Belarra con ERC y Bildu.

Sin embargo, creo que el más afectado es el propio PSOE. Que esta manifestación de discordancias entre los miembros de la coalición ocurra en periodo electoral es el peor mensaje que se puede transmitir. Dado que nuestro bibloquismo veta todo entendimiento transversal, la señal que se emite es que votar socialista lleva aparejado seguir acarreando la mochila de Podemos; es decir, que en caso de que no haya alternativa posible a la derecha, nos quedaría otra legislatura plagada de desencuentros. Han dejado claro que no es tan fácil domarlos, como ahora porfían en exhibir. Con un factor añadido que no es menor, la anticipación de las nuevas demandas que Unidas Podemos incorporaría al próximo Gobierno. Hasta ahora consiguió buena parte de sus fines, que incidieron fundamentalmente sobre posiciones de guerra cultural o política social; queda por realizar lo más granado de su programa, lo que nunca se esforzaron por silenciar, dinamitar el sistema del 78. Y me temo que eso condicionará la campaña del PSOE; más que esforzarse en explicar sus futuras líneas de actuación, su programa, se verá obligado a explicitar lo que no va a hacer, sus líneas rojas frente a las exigencias de sus socios potenciales. Dados los precedentes, el desafío es hacerlo creíble.