Las buenas relaciones entre los tupamaros y ETA se estropearon en 1997 cuando Mujica y otros dos líderes tupamaros firmaron una carta implorando a ETA por la vida de Miguel Ángel Blanco. Luego vino la ira de ETA contra los tupamaros porque se empeñaron en mediar entre los terroristas vascos y el Gobierno. La mediación, claro, fracasó.
José Mujica, el Pepe, es desde el domingo el presidente electo de Uruguay, en sustitución de Tabaré Vázquez. Los dos fueron candidatos del Frente Amplio, una amplia coalición de izquierda. Con 74 años, el nuevo presidente tiene puesta la mirada más en Brasil y Chile que en Venezuela o Bolivia. Se destaca su condición de ex guerrillero tupamaro, ya que fue uno de los líderes de este grupo mítico, con gran influencia en la izquierda de todo el mundo de los años sesenta y setenta.
Todavía hoy en día tienen una aureola de aparente prestigio. Sin embargo, vistos fríamente, habría que señalar que fueron uno de los grupos insurgentes más tontos del siglo XX. Se levantaron en armas contra una democracia en un país que no reunía condiciones geográficas para una guerrilla. Hasta Ernesto Che Guevara, en un viaje a Montevideo en 1961, desaconsejó promover la insurrección violenta en Uruguay, uno de los países de América Latina con mayor grado de libertad en la época. El Che aconsejó utilizar los cauces democráticos disponibles en el país, «sin derramar sangre» porque «cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último».
Los tupamaros hicieron caso omiso y optaron por la violencia dos años después provocando que los militares dieran un golpe y derrotaran a la guerrilla a sangre y fuego. José Mujica pagó con catorce años de cárcel. Hace un par de años, el futuro presidente uruguayo hacía autocrítica: «Estoy profundamente arrepentido de haber tomado las armas con poco oficio y no haberle evitado así una dictadura al país».
En la campaña, los adversarios de Mujica afirmaron que su elección molestaría en España por los viejos lazos de los tupamaros con ETA. En los ochenta, una vez recuperada la democracia, los tupas ayudaron a una treintena de etarras a esconderse en Uruguay. A cambio, la banda terrorista financió la emisora de radio de la antigua guerrilla, una emisora por la que el presidente electo tuvo que hipotecar su casa.
Las buenas relaciones se estropearon en julio de 1997 cuando Mujica y otros dos líderes tupamaros firmaron una carta, emocionada y emocionante, implorando a ETA por la vida de Miguel Ángel Blanco. Apelaron a su condición de veteranos insurgentes, a los sufrimientos padecidos y a los causados en su historia de guerrilleros, pero sólo encontraron el desdén etarra. Luego vino la ira de ETA contra los tupamaros porque se empeñaron en mediar entre los terroristas vascos y el Gobierno. La mediación, claro, fracasó.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 2/12/2009