EL MUNDO 13/12/14
ARCADI ESPADA
Querido J:
La revista The New Republic, referencia seria y antigua del periodismo americano, va a convertirse en una web de listas tontas, según los planes de un chico multimillonario que la compró hace un par de años. Ahora lo llaman periodismo vertical, lo que no deja de ser una cruel paradoja para nosotros, defensores de la verticalidad y la jerarquía en estos tiempos de tiki-taka. La transformación de la revista ha provocado muchos abandonos (Franklin Foer, Leon Wieseltier, Anne Applebaum, Isaac Chotiner, Jonathan Cohn, Enrique Krauze…) y una gran oleada de comentarios desmoralizados. Entre los más lúcidos está el de George Packer en el New Yorker: «La crisis en el periodismo es una crisis de negocio, que dura desde hace veinte años; los resultados siguen siendo muy inciertos. Los redactores y editores en revistas y periódicos viven en la perpetua aprensión, lo que lleva a que se desplome su confianza en su propio trabajo y tiendan a sobrevalorar las nuevas empresas digitales o a los nuevos ricos digitales propietarios de las viejas empresas. Es fácil tener la impresión de que la escritura profunda, extensa y atenta al detalle complejo es, en cierto modo, la responsable de sus problemas. No lo es, pero frente a un futuro profundamente incierto se convierten, como dice Robert Stone en su novela Banderas al amanecer, en el ratón que se asustó tanto que fue a por el gato buscando amor. No debería sorprender del todo que el gato se gire y se los coma o, aún peor, les saque los ojos con un arañazo distraído.»
Es una buena alegoría de la conducta de los medios. Internet ha multiplicado la práctica de la radio y la televisión: la apropiación indebida del discurso de los periódicos, empezando por el titular, su unidad mínima. La abrumadora mayoría de los compradores de periódicos, y no digamos de los usuarios únicos de barra de bar, solo leían titulares. Fueron la radio y la televisión los que empezaron regalándolos, e internet, y su infinita capacidad de replicación, los ha reducido a una insólita mercancía sin precio pero con mucho valor.
La manifestación española del ratón suicidado en busca de amor (o de ese interesante cruce donde el amor se confunde con la vanidad) es la discusión de hoy en torno a Google News y su decisión de cerrar en España: Google se niega a pagar a los periódicos por la utilización de sus contenidos. La discusión reúne los viejos temas sobre Google y las noticias. Por qué paga contenidos cartográficos para su Google Maps y no paga noticias para su Google News. O por qué no elabora contenidos noticiosos propios como lo ha hecho con Street View. Y la discusión debe incluir algunas matizaciones. La primera y principal es que Google News, una página hórrida y uno de los peores productos de la empresa, envía un tráfico reducido a las webs noticiosas. Ni Google ni los periódicos han concretado las cifras del tráfico. A Google le basta con alardear sobre los cientos de miles de enlaces y a los periódicos ya les va bien ese alarde en términos de contratación publicitaria. Sin embargo, por lo que he hablado con unos y otros y admitiendo que en este asunto numérico solo se puede escribir palpando, el tráfico aportado por Google estaría entre el 5 y el 10%. El problema de fondo del conflicto no está en News, sino en el buscador general. A ti, que eres un hombre sofisticado, te sorprenderá que la mitad del tráfico de las webs provenga de buscadores y en mucho menor número de redes sociales. Es decir, que algo menos de la mitad de los ocho millones de usuarios únicos que visitan cada mes la web de este periódico donde te echo las cartas colocan Urdangarín en el cajetín y acceden a las páginas donde se describe la última vida del duque de Palma. A veces acceden a través de anuncios que el periódico compra a Google (Última hora del caso Noos. elmundo.es), y que le permiten estar en la primera línea de la búsqueda, o a través de links que persiguen arduamente un trato favorable en el algoritmo del buscador. El temor de los editores es que Google, a partir del conflicto, introduzca modificaciones en el buscador global, lo que supondría un impacto cierto en el tráfico de sus webs. Mi duda es hasta qué punto esos visitantes que acceden a los contenidos a través del buscador son rentables en los difíciles términos publicitarios de la economía digital. Desde el punto de vista publicitario no es lo mismo acceder a la home de una web noticiosa y demorarse más o menos en sus contenidos que acceder directamente al contenido de una sola noticia. La precariedad del modelo publicitario digital se entiende bien a partir de este dato: los ocho millones de usuarios únicos que tienen cada uno de los dos principales periódicos españoles no llegan a suponer ni la cuarta parte del volumen total de negocio: el moribundo papel sigue financiando a su verdugo.
La mayoría de periódicos brasileños llevan un año sin Google y parecen felices: dicen que han perdido sólo un 5%. Los alemanes, en cambio, volvieron cuando Springer vio cómo caía una parte sustancial de su tráfico. En cuanto a los franceses, han negociado un pellizco de 60 millones de euros. No sé si las webs noticiosas pueden vivir sin Google. Lo que sé es que con Google, con este Google abusivo, amenazador, opaco, y despótico, no puede haber periodismo. La proyección más sensata para la economía de los medios es que las populares y ligeras webs noticiosas pudieran contribuir decisivamente a la financiación de los periódicos del futuro. Pero Google, y su posición dominante, no está en ese proyecto. No solo no está. Es que hoy por hoy es su obstáculo dificilísimo y principal.
Sigue con salud
A.