IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Un tropiezo del PP abriría un conflictivo debate orgánico y una patente crisis de confianza en su liderazgo

Las elecciones gallegas de hoy sólo tienen dos posibles resultados: que Feijóo gane o que Feijóo pierda. Porque es él, más que Rueda, quien va a pasar en su propia tierra el primer examen de reválida tras el decepcionante gatillazo del pasado verano. El batacazo socialista está descontado, entre otras razones por el desamparo de Sánchez a su candidato, al que sin disimulo alguno ha dejado vendido de antemano relegándolo a un papel subsidiario. La pragmática apuesta del presidente por el BNG consolida la renuncia al proyecto autónomo del partido, que tanto a escala regional como nacional queda ya definitivamente subsumido en una alianza estable con la extrema izquierda y los nacionalismos. El modelo confederal del PSOE sanchista nunca había quedado tan explícito como en este intento de añadir Galicia al círculo de comunidades ‘históricas’ convertidas en un frente estratégico de poderes satélites del Ejecutivo.

La paradójica ventaja de Sánchez consiste en que parte de una posición perdedora. El retroceso de su marca no le importa si agregando sus diputados a los de Ana Pontón –y eventualmente a los de Sumar, si los logra– puede apuntarse a cantar victoria. Para el PP, en cambio, todo lo que no sea una mayoría absoluta representará un fracaso, susceptible además de abrir un conflictivo debate interno y una crisis de confianza en la idoneidad de su liderazgo. Tiene las encuestas a favor y una maquinaria electoral de implantación y rendimiento contrastados, pero el resbalón de los indultos le ha complicado la campaña y apretado un pronóstico que parecía claro. Los populares han llegado al final preocupados por el efecto residual que los votos de Vox y del alcalde localista orensano puedan ejercer sobre la atribución de escaños. Conocen el impacto que supondría para su rol de alternativa la pérdida de uno de sus feudos más clásicos y mejor asentados.

El vuelco en la Xunta, verosímil aunque no muy probable, reforzaría a un Gobierno erosionado por la amnistía, a costa de aflojar otro perno de cohesión estructural del Estado y de incrementar la presión separatista, un adjetivo con el que el Bloque no se identifica pero al que se aproxima en buena medida. Su programa y su discurso se han moderado y es obvio que la aspiración de independencia carece de arraigo en Galicia, pero su defensa de la autodeterminación y el hermanamiento con Bildu y Esquerra son pistas significativas. La España plurinacional asumida por el sanchismo es, en cualquier caso, una formulación política que otorga protagonismo decisivo a la tensión periférica, y los partidarios del desbordamiento constitucional pueden aumentar su masa crítica con el control de una tercera autonomía. La patente anuencia del PSOE con este paradigma viene a subrayar una línea de desigualdad particularista que tiende a difuminar la idea de España como un espacio de realidades compartidas.