Pedro García Cuartango-ABC
- La violencia es como un perro rabioso que se escapa de la jaula y muerde a quien se topa con él
La intolerancia y la violencia se han convertido en algo habitual en la política española, que ha alcanzado un grado de cainismo que recuerda el ambiente de 1936. Afortunadamente, ahora no ha habido asesinatos, pero la retórica que utilizan las fuerzas extremistas es parecida.
Aunque lo olvidemos a menudo, España es el país europeo con más enfrentamientos, asonadas y golpes de Estado desde el desdichado reinado de Fernando VII hasta la muerte de Franco. La propia Transición, cuyo éxito fue un milagro, también estuvo trufada de difíciles momentos como los incidentes de Vitoria, los secuestros y los crímenes de ETA y la matanza de Atocha.
Los fantasmas del pasado han resucitado en esta campaña, como pudimos comprobar en el debate de Telemadrid, donde los insultos y las descalificaciones mostraron la talla política de los candidatos. Y ayer el paroxismo subió al máximo nivel cuando Rocío Monasterio se negó a condenar las amenazas a Pablo Iglesias y éste abandonó el debate.
La actitud de la candidata de Vox es inaceptable. No ya cualquier demócrata, sino toda persona de bien debería condenar el uso de la intimidación con fines políticos. El fin no justifica nunca los medios.
Pero a esta situación se ha llegado, primero, por la responsabilidad de las fuerzas extremistas que atizan el odio contra sus adversarios y, segundo, por la degradación de la vida parlamentaria, en la que brilla por su ausencia el respeto a quien no comparte las mismas ideas.
Ciertamente, Vox merece todo el rechazo cuando justifica o instiga cualquier violencia contra Iglesias. Pero se puede decir lo mismo de Podemos cuando defiende los excesos verbales de Pablo Hasel, incita a los antisistema a tomar la calle o se niega a condenar la agresión contra Abascal en Vallecas. Si se está contra la violencia, se está contra toda violencia, venga de donde venga.
La violencia es repudiable porque es la negación del otro. El violento convierte a su adversario en una cosa y le niega el carácter de persona por las ideas que defiende. En este sentido, Iglesias tiende a justificar las agresiones contra Vox porque son «fascistas». Y a la ultraderecha no le importan los ultrajes o amenazas contra el líder de Podemos porque le molesta lo que dice y lo que representa. De esta forma, el fanatismo de unos y otros se retroalimenta.
Llevarse las manos a la cabeza por lo sucedido ayer es un acto de hipocresía en quienes se han cansado de descalificar a sus adversarios y han sembrado un clima irrespirable en la vida política. Y los dos grandes partidos tienen una cierta responsabilidad en esto. De aquellos polvos vienen estos lodos.
La violencia es como un perro rabioso que se escapa de la jaula y muerde a quien se topa con él. Eso es lo que ha pasado: el problema es volver a encerrarle para que no haga daño.