Luisa Etxenike, EL PAÍS, 13/12/11
Pegado a una fachada encontré hace unos días un cartel que invitaba a una reunión popular, en una casa de cultura de San Sebastián, en torno a esta interrogación:«Aterako alditugu presoak kalera?» («¿Sacaremos a los presos a la calle?») La convocaba el colectivo Egin Dezagun Bidea (Hagamos el camino). Pero si traigo esa convocatoria a estas líneas no es para centrarme en la cuestión misma, para señalar que considero inaceptable la hipótesis que esa pregunta encierra. Ni tampoco para abordar el tema del papel que deben jugar la Cultura y sus centros en el debate social, o el de las relaciones y distancias que deben, o no, mantener con lo político. Evoco ese cartel hoy aquí porque, para invitar a participar en la reunión citada, utilizaba la imagen de una niña pequeña, de cuatro o cinco años; una niña sonriente que hacía con la mano un gesto de llamada.
Vi esa imagen en ese contexto y me acordé de unos magníficos versos del poeta palestino Mahmud Darwix, que en El fénix mortal se pregunta: «Si me planteara las cosas… gritaría en la noche del búho: ¿seguro que mi padre era ese tipo que me hacía cargar con el peso de su historia?» Unos versos que contienen un recordatorio y una invitación fundamentales siempre y en cualquier lugar, pero que adquieren un valor muy particular en el aquí y ahora de Euskadi. Darwix nos recuerda que el relato -cualquiera que sea el que uno retenga- de lo sucedido en estos 50 años de existencia de ETA tiene una proyección transgeneracional; que se trata de un relato para transmitir a los más jóvenes (a niños/as como la del cartel citado). Y el poeta palestino nos invita también a distinguir, en esa transmisión, la historia de su peso. A reconocernos íntimamente la responsabilidad de distinguirlos con claridad.
Confieso que me preocupó y me entristeció, que me desoló incluso ver a esa niña en ese cartel, involucrada en un debate tan alejado de su comprensión, de su capacidad, por ello, de reflexionar y decidir por su cuenta; tan cargada ya del peso del/de lo pasado. Y pensé que cargar a los más jóvenes con el peso de la historia consiste en transmitirles no sólo una versión decidida de antemano de lo sucedido, sino además la postura a mantener frente a ella. En sembrar, en prolongar en ellos posiciones ideológicas, relacionales y emocionales prefiguradas y estáticas. En sumarles, en definitiva, posibilidades de sufrimiento, y en restárselas de libertad.
Creo, por el contrario, que es responsabilidad de los adultos del presente -particularmente del presente de Euskadi- distinguir la historia de su peso y transmitirles a las nuevas generaciones un relato de lo sucedido compuesto de elementos sin lastre, liberadores: objetividad en los hechos, rigor conceptual, subjetividades veraces y sinceras, y exigencia sin frenos en la interrogación moral. Dándoles así la oportunidad de cimentar su libertad de conocimiento y pensamiento; de labrarse un buen porvenir de memoria.
Luisa Etxenike, EL PAÍS, 13/12/11